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Nerviositos.

Estamos un poco nerviositos, estamos a la que saltamos más concretamente. Lo llevo notando desde hace algún tiempo. No sé por qué será aunque imagino que enseguida todos lo atribuiríamos a la crisis, palabra mágica y omnipresente que sirve para justificarlo todo, especialmente todo lo malo que nos pasa o hacemos.

En efecto, llevo tiempo observando conductas propias de personas que están de los nervios. Y, aunque sean ellos/as los/as responsables de cosas mal hechas, da igual, cualquier cosa les sirve como excusa perfecta para ponerte de hijo de puta para arriba. Por ejemplo, hace ya un par de semanas, cuando iban a dar las nueve de la mañana, tuve una pequeña discusión en la calle Mayor de Madrid con un conductor que, al parecer, no le gusta pararse en los pasos de peatones y ceder el paso a éstos, como es su obligación. El caso es que yo iba ni con prisa, ni sin prisa, pero quería cruzar a la otra acera. No piensen ustedes mal. Vi un paso de peatones y observé que como a diez o quince metros venía despacio un Mercedes todo terreno negro. O sea, que podía cruzar la calzada en condiciones de seguridad, tal y como reza el código de circulación. Y a ello me puse. Antes de llegar a la acera opuesta, el conductor del todo terreno empieza a tocar el cláxon y a bajar la ventanilla del copiloto y me chista como si estuviese llamando a un perro. Yo le miro pensando, inocente de mí, que quería saber dónde estaba tal o cual sitio o alguna calle. Y me empieza a decir, el muy gili, que la próxima vez mirase por dónde voy y que mirase si vienen coches por la calzada. Yo no me amilané, faltaría más, y le dije que el paso de peatones es una señal de obligatorio cumplimiento para los conductores, que no consiste en dejarnos pasar si a ellos les da la gana o si están de buenas y nos quieren hacer ese favor porque, en esos tramos, la prioridad es de los peatones y no de los conductores.

Al bueno del señor la teoría le importaba un pimiento murciano y alegó que todo eso estaba muy bien pero que él iba dentro de una carrocería y que por eso yo tenía que mirar porque, de lo contrario, él podía joderme la vida o, incluso, matarme. Por eso mismo, le dije, tiene usted que moderar la velocidad cada vez que se aproxime a un paso de peatones, por lo que pueda pasar. Porque puedo ser yo, una persona joven, pero también puede ser un anciano o un niño y, que yo sepa, ninguno de ellos tienen -tenemos- la culpa de que usted vaya dentro de una carrocería supuestamente a salvo y se crea con derecho a pasar por encima cual caballo de Atila.

De repente, observo que el hombre, muy repeinado y con un look muy Intereconómico -de Intereconomía TV, se entiende-, comieza a desabrocharse el cinturón de seguridad y hace ademán de bajarse del coche. La gente de alrededor ya se empezaba a preparar para el chimbo. Y como yo no tenía demasiadas ganas de pelearme con un cincuentón, me despedí de él y le dije que tenía cosas más importantes que hacer que enseñar el código de circulación a los conductores ignorantes. Y me fui mientras él se quedó farfullando no sé qué maldiciones.

Otro día, otro ejemplo, iba en el coche y quería entrar en una rotonda. No hay, desde mi punto de vista, algo más peligroso que una rotonda pues a todo el mundo le da por hacerla por el carril de la izquierda y, desde allí, salen de ella pasando por encima de cuantos carriles derechos haya. Y, en efecto, me incorporé a una rotonda por el carril de la derecha y, de repente, veo por el espejo retrovisor que se me acerca un Citroën Xantia gris claro a toda mecha por el carril izquierdo. Yo, que voy siempre por el derecho, estoy harto de los que hacen las rotondas por el izquierdo y, adivinando que el otro coche corría tanto porque no le iba a dar tiempo a adelantarme -quitarme de enmedio- para a salir en la próxima salida de la rotonda, no aminoré mi velocidad. De repente, empiezo a oír un aluvión de tipidos del coche gris y veo que la señorita que lo conducía logra ponerse a mi altura y me dedica groseros gestos manuales e imprecaciones verbales que no escucho pero que tampoco logro a leer en sus labios. Para hacer todo eso tuvo que ponerse enfrente de mí, cruzarse entre mi carril y el izquierdo cual patrulla de policía y, por supuesto, hacer que todos los coches que estaban haciendo la rotonda tuvieran que pararse hasta que a la muy borde y grosera le dio la gana largarse y dejar de demostrarnos su selecta y granada educación.

Y ya por último, siempre que cojo el autobús, nos topamos con conductores que o bien no ceden el paso a los autobuses al salir de sus paradas -otro mandato de ogligatorio cumplimiento según el código de cirulación-, o que quieren penetrar en la salida de una autovía y se ponen a adelantar al autobús sin que les de tiempo a salir de la autovía o lo hacen muy justitos y demás barbaridades. Y siempre, siempre, son esos conductores los que se ciscan en la madre y demás familia del conductor del autobús, que es el que conduce bien, aunque no digo que éstos tampoco cometan errores. He visto de todo: gente que suelta el volante para hacer todo tipo de gestos, gente que deja de mirar al frente y se pone a gritar al conductor del autobús por la ventanilla, gente que frena en seco delante del autobús para obligar a este a hacer lo mismo y, de paso, agitar un poquito a los viajeros, gente que cada vez que se topa con el autobús toca cincuenta mil veces el cláxon, y un largo etcétera.

No sé si será la crisis, pero creo que también entran en cuestión aquí la poca educación de la gente, la escasa capacidad a la hora de reconocer nuestras meteduras de pata y nuestro ansia continua de culpar a los demás de todo lo que hacemos y de lo malo que nos pasa. Y así nos va, con imbéciles por todas partes que van poniendo a todo el mundo de hijos de puta para arriba. Y así no puede ser.

3 guarrindongos tienen algo que decir:

Hola JotaEfe:

Pues no, así no puede ser.

Yo creo que la gente tiene malas digestiones, o come mal, o duerme peor, o no duerme nada, o tiene poco sexo... no sé. Desde luego la crisis no tiene la culpa porque antes pasaba también.

Un abrazo

22 de julio de 2010, 16:54  

Hace años tuve un jefe que tenía una explicación clarísima para todo y no era en tiempos de crisis.
El decía "ese/a no ha tenido suerte esta noche, se nota en la cara".
Me parecía una tontería, pero te aseguro que con el tiempo veo que no andaba muy descaminado, y echar la culpa a la crisis de la mala educación reinante es una excusa, sin más.
Y otra cosa que ocurre, como cuentas tu, es que yo creo que hay gente cabreada que es así, simplemente cabreada, y cada día busca una excusa que justifique su cabreo.
Yo opto por no fijarme siquiera. Ni discuto, me resbalan. Y en el peor de los casos, una sonrisa y un perdón, no me he dado cuenta, les quita la excusa para su cabreo, que se busquen otra.
No es fácil, pero te aseguro que funciona.

Un abrazo.

22 de julio de 2010, 21:46  

Pienso (aunque con este calor se puede pensar poco, jajaj) que la gente ha perdido esos valores que antes tenían, que la gente va malhumorada por todas partes y lo tiene que pagar con el primero que pilla.
Ohhh es que hay poco sexo como muchos dicen?.

Besos

23 de julio de 2010, 21:05  

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