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No piensen que les tengo abandonados, es que el sábado que viene es el día O, de hecho a estas horas andaré en el ecuador del examen y, aunque no tengo muchas posibilidades ni esperanzas dado que empecé a prepararme esto antes de ayer como quien dice, sí que me gustaría no ir a hacer el ridículo o perder el tiempo. Me gustaría tomármelo como un ensayo para la convocatoria siguiente, donde sí que tendré plenas posibilidades de conseguir algo. Además, aprobar este primer examen sería, si se diera el caso, toda una explosión de alegría, un espaldarazo, un sigue adelante que tú puedes. Ojalá.

Por el momento, les contaré mi anécdota de ayer. Me pasé todo el día en la academia y, como forma de descansar, me fui a comer al parque de El Retiro y, entre tanto, a leer el periódico. Cosa que no había hecho nunca antes. Leer el periódico o un libro en la calle, aunque siempre he querido hacerlo. Y especialmente en un parque como El Retiro. Me busqué un sitio cerca de la zona del estanque grande, entre árboles que daban mucha sombra y fui a parar a una especie de plaza de arena y cuatro bancos, en uno de los cuales tuve a bien situar mis posaderas y disponerme a leer y comer mi bocadillo, en compañía de otros hombres y mujeres que también leían sus revistas y periódicos. Se estaba realmente bien a pesar del calor que hacía al sol ayer en la capital.

Cuando terminé de leer y de comer, levanté mi mirada y me fijé más en el sitio donde me encontraba. Esa zona de El Retiro era la que menos había frecuentado, yo creo que nunca he paseado por ahí. Pero es, si cabe, la más bonita. Paseos muy estrechos, recoletos, llenos de verde, una curva tras otra, no sabes dónde vas a dar, una sombra continua y oyendo los pajaros esos blancos y negros que por allí abundan. Además, el efecto de los aspersores funcionando incrementaba el frescor. Y decidí adentrarme por esos senderos de tierra, sin rumbo fijo, pues tenía tiempo de sobra para volver a la academia.

De repente, saliendo de otra de esas placitas de arena y bancos (en este caso, de piedra y sin respaldo), me encuentro con un chico joven sentado en un banco, con un libro entre sus piernas abiertas y apoyado en el banco. Parece que leía. Pero nada más lejos de la realidad. En ese justo instante, se le acerca un chico, también joven, que empieza a tocarse el paquete de buenas a primeras y que se echa encima del chico sentado en el banco y comienza a hacerle una felación como si no hubiese un mañana. Yo no daba crédito. Yo no hacía más que mirar a mi alrededor no sé muy bien por qué, más inquieto que Don Quijote en un parque eólico, supongo que confirmando que no solo yo estaba presenciando aquello. Detrás de mi, vino un viejillo de esos que salen a andar por el Retiro haciéndose cruces y, también, madres con niños pequeños, algunas con carritos, que tenían que variar su recorrido para que éstos no presenciasen la película pornográfica que nos estaban echando sin haber pagado entrada, ni repartido palomitas.

Yo seguí mi rumbo hacia no sabía muy bien donde, un poco desconcertado. Vi que en la placita que dejaba atrás, muy cerca del felante y del felado, había otros dos chicos mirándoles, uno en bicicleta y otro sentado en el banco, que pensé se irían a poner a hacer lo mismo. Pero no. No hicieron nada. Al contrario. Iban y venían. Una cosa muy rara y realmente confusa. Siempre los mismos movimientos. En el tiempo que estuve por esa zona del Retiro me crucé con el de la bicicleta cinco o seis veces, siempre yendo en dirección hacia el mismo sitio (en dirección contraria al estanque). Y el otro, armado de una botellita de agua y de un móvil, también iba y venía, dando vueltas en torno a esos dos chicos que se estaban dando el banquete.

Cuando ya estaba de vuelta y me disponía a ir hacia el estanque grande para volver a la academia, ví un poco de revuelo. El de la bicicleta, el de la botellita y, ahora, otro armado con un móvil que apareció de vaya usted a saber dónde, me pareció que hacían movimientos un tanto nerviosos. Igual que el que estaba felando al del banco, que pegó un bote que por poco no le arranca el miembro al felado para posteriormente desaparecer y dejar al otro con la tarea a medio hacer -supuse-. Perra vida.

Volviendo sobre mis pasos estaba, por un camino diferente, más amplio y con más gente, para no encontrarme con más sorpresas, cuando de repente veo que por mi izquierda me adelanta un tipejo calvo, de cara huraña, feo como el demonio, vestido con un polo anarajandado y unos pantalones cortos. Y calcetines blancos. Muy guiri. Me miraba fijamente de forma continua hasta que consiguió llamarme la atención y que yo le mirara a él. Además, si yo iba a la izquierda, él iba a la izquierda. Si yo iba a la derecha, él iba a la derecha. Y si yo me hubiese puesto a hacer palmas con las orejas, él hubiese hecho lo propio. Imposible fijarse en él, aunque solo fuera por lo incómodo que resulta que alguien te persiga.
Se tiró en ese plan un cuarto de hora-veinte minutos, no solo mirándome con su mirada inquisitiva. Sino que se tocaba el paquete continuamente y, con las manos en los bolsillos, se ajustaba la parte delantera del pantalón de forma que se evidenciara el bulto que escondía en su entrepierna. Me saqué una manzana de la mochila, para comérmela y para disuadirle, pues pensé que caería en la cuenta de que yo prefería comerme una manzana a una polla viejuna. Pero no. No funcionó. Debió pensar que le estaba incitando al pecado, como la serpiente de la Biblia con la dichosa manzanita, y el muchacho se animaba más.

Comerse una manzana en esas condiciones es como para echar hasta la primera papilla. No lo recomiendo. Y confieso que después de los diez primeros minutos, la cosa empezó a parecerme poco graciosa y, quizá por mis miradas en plan voy a llamar a la Policía como no me dejes de dar por culo (en sentido metafórico, claro, porque para el sentido literal me faltó el canto de un euro), el hombrecillo aquel desapareció de mi vista aunque se quedó merodeando por aquellos estrechos caminitos, siempre haciendo los mismos recorridos, so pena de que se mareara, pensé. Esperando a que pasara por allí otro incauto como servidor o alguien que fuera allí sabiendo lo que allí se cuece, o sea, que fuera buscando tema y le gustara lo viejuno y rústico.

A todo esto, aquel que estaba en el banco con el libro haciendo que leía -en efecto, el felado a medias-, pude observar que cada vez que pasaba un chico por su lado se tocaba el paquete, se abría la bragueta y le chistaba para que se fijaran en él, incitando lógicamente a que se la chuparan. Y la cosa era realmente desconcertante. Porque pasaban por allí jóvenes, maduros y viejos, algunos de los cuales pasaban de largo pero otros se añadían a dar vueltas en plan tiovivo por los caminitos o bien se sentaban en uno de los bancos de mármol a esperar el Santo Advenimiento. Y el del banco, el medio felado, les miraba y les miraba, les hacía señas pero no le hacían ni puto caso. Estarían esperando, supongo, a que llegase su cita, pensé. Porque no sé muy bien qué otra cosa podrían hacer en esa zona tan caliente, nunca mejor dicho, del parque.

Lo que más me sorprendió de aquello es que eran las 15:00 horas de la tarde y que no se esconden, pues todo ello lo pude ver a lo largo de toda la extensión de uno de los caminos que van a dar a la glorieta que está a la derecha del estanque grande si lo miramos dando la cara al monumento a Alfonso XII (no recuerdo el nombre de esa glorieta, la contraria a la de la fuente de los galápagos), camino por el cual transita todo el mundo y que está sobreelevado respecto al de los caminitos de los que yo salí y donde se encontraban los feladores y felados. Y glorieta, por cierto, en la que casi siempre está apostada alguna patrulla de la Policía Nacional, al menos en días de diario, como ayer mismo sin ir más lejos.

Al parecer esa zona de El Retiro, como otras tantas de Madrid, es un punto de encuentros sexuales, en este caso concreto, de homosexuales. Yo no lo sabía. Si hubiese sido de noche, tampoco me habría resultado impactante porque apenas se habría visto. Y esa zona tan densa de vegetación, estará muy oscura de noche y no será muy frecuentada por la gente. Solo por feladores y felados, seguro. Pero a plena luz del día y con el parque lleno de gente, no sé por qué esos señores no se van a su puta casa a comerse la polla o a acosar a su puta madre y nos dejan el parque para quienes lo queremos para pasear por él. Que ni salir a la calle se va a poder.


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