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Hoy la polémica la ha servido el Arzobispo de Valladolid, monseñor Blázquez, al mostrar su disconformidad con la elección de Soraya Sáenz de Santamaría, a la sazón vicepresidenta del Gobierno de la Nación y vallisoletana de pro, por el Ayuntamiento de Pucela como pregonera de su Semana Santa. Parece ser que al prelado no le ha caído en gracia por tratarse de una señora casada por lo civil -en ejercicio de los derechos que le/nos asisten como ciudadanos libres, por cierto- y del supuesto poco ejemplo de conducta moral y religiosa que va a dar a sus conciudadanos. Ver aquí.



Yo, qué quieren que les diga, no salgo de mi asombro. Por dos motivos. Por un lado, hemos asistido a la soberbia de un prelado que va a exigir de ahora en adelante a las autoridades civiles ser consultado sobre los candidatos a pregonero, cuando dicha designación ha corrido de parte del Ayuntamiento desde hace años. Y alude a que la fiesta donde se enmarca el pregón es católica, tiene lugar en la Catedral, delante del Arzobispo y, entiendo, debe pasar los filtros de la corrección doctrinal y moral. Me aturde esa mezcla deliberada de los ámbitos civil y religioso en plena democracia, en un país que aspira a ser sanamente laico y que parece no haber aprendido demasiado de lo que monseñor Enrique y Tarancón pronunció ante el Rey en su Misa de Coronación, siete días después de la muerte de Franco. Búsquenla. Es, como dijo el propio Rey, una homilía cojonuda.



No entiendo, como digo, esa mezcla de esferas. Si tiene que ser una fiesta religiosa, deberíamos exigir que la sufrague la Iglesia de su peculio. ¿A qué viene pedirle dinero, ayudas, óbolos, facilidades sin cuento a los distintos Ayuntamientos, calles vacías y cortadas, horas extras a los cuerpos de seguridad y de Protección Civil y que figuren, al lado de sacerdotes y Obispos, alcaldes y concejales? Pero, claro, los Ayuntamientos también explotan sus Semanas Santas como reclamos turísticos totalmente desacralizados, como si fueran fiestas paganas y quienes primero se disponen a formar marcialmente son las autoridades civiles y militares. Y eso tampoco es. Como digo, lo civil y lo religioso se sigue mezclando, especialmente en tiempo de Semana Santa, casi tanto como hace tres décadas.



Pero la máxima indignación se refiere a las pegas expresadas por el Arzobispo acerca de la idoneidad moral de la candidata a pregonera. Tanto, que me ha traído a la memoria unas palabras que pronunció Rouco Varela, su homónimo madrileño, el día de la Sagrada Familia, hace tres semanas. Dijo algo así como que el matrimonio era anterior a la ley y, por tanto, estaba por encima de la ley. Aquello, en un estado de derecho como el nuestro, me pareció bochornoso. Y nadie dijo esta boca es mía. Esa idea, que comparten los dos Arzobispos, descansa en la idea de que el matrimonio (católico por supuesto y entre hombre y mujer) es la unión natural entre los dos sexos querida por Dios. Unión natural porque, como sabemos, son los únicos que juntándose pueden procrear y garantizar la continuidad de la especie. Se asume que el resto de posibles uniones son antinaturales porque no están orientadas a la procreación aunque curiosamente sí están presentes en la naturaleza y en el resto de las especies. O sea, se parte de un razonamiento falso, naturalmente falso, para más inri. La Ley, sin embargo, vendría a ser -y es- una mera cuestión cultural o histórica, circunstancial, que podría ser como es o de otra manera, que depende de los tiempos que corren y que ni la naturaleza ni las especies necesitan para sobrevivir. Nos quieren hacer creer que el matrimonio está en el origen de la vida, aludiendo a que es lo único que la garantiza y perpetúa, y no se dan cuenta de que el matrimonio católico es otra creación cultural. Nos amenazan con castigos infernales si no contraemos matrimonio católico pero, amigos, el matrimonio católico no ha existido desde siempre. Ni mucho menos. En la antigüedad y hasta bien entrados los siglos medievales el rito católico de matrimonio como lo conocemos hoy no existía, ni por tanto se practicaba. ¿Debemos asumir, pues, que todas aquellas parejas que tuvieron la desgracia de nacer antes de la institución del matrimonio en el Derecho Canónico se quedaron sin salvación eterna por nacer en el momento equivocado? Menos lobos, Caperucita. Son muchas preguntas sin demasiada coherencia en sus respuestas.



Creo que sería recomendable que la Iglesia asumiera que, como institución terrenal, sus sacramentos son construcciones históricas y/o culturales. Sería interesante también que dejase de juzgar a todo el mundo en virtud del retorcido principio según el cual lo cultural se convierte en natural, con amenaza de condena eterna si no se observan sus mandatos. Y que dejase de protagonizar exabruptos tan sonoros y de juzgar al personal extralimitándose en su labor de guía espiritual y moral para quien la quiera seguir.



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En España, y no sé si en otros países de nuestro mismo horizonte cultural, se tiene la costumbre de convertir en santos a quienes mueren. Independiente de que los ahora muertos hayan vivido como santos o como demonios. Como resorte automático, corremos gozosamente a ensalzar lo bueno que haya a lo largo de tal o cual biografía y olvidamos, justificamos, disculpamos o comprendemos -o todo al mismo tiempo- los errores o los episodios incómodos.




Y, la verdad, podríamos entender dicho comportamiento si no fuera tan absurdo que, especialmente en algunas circunstancias y sobre algunas biografías, sonroja al más consciente. El ejemplo más cercano, sin duda, el de Fraga Iribarne sobre el que se ha glosado no solo su corta, insuficiente, miope y obligada por las circunstancias aportación a la transición de la derecha española a la democracia sino que se le ha dibujado casi, casi como uno de los padres de nuestra democracia. Una exageración. Su pupilo Aznar, al salir de su capilla ardiente, aludió a las pequeñeces de la vida política española actual dando a entender que Fraga se sitúa por encima de las mismas y el actual presidente del Gobierno lo definió como apasionado de la libertad olvidando señalar desde cuándo le entró dicha pasión desaforada.




Uno de las enfermedades más graves que pueden aquejar a nuestras sociedades es la de la desmemoria, curiosamente en esta época histórica en la que más información nos rodea y en la que, al menos en teoría, más fácil es el acceso a la cultura y a la información.




Bastaron unas cuantas horas para vestir a Fraga de blanco celestial. Resulta indignante que ello ocurra en una sociedad avanzada y que, como digo, debería tener o ir construyendo un registro claro de su pasado reciente, de su memoria histórica, y saber quién ha sido qué en la historia de España. No con afán vengativo porque la historia no se puede cambiar y fue como fue por ciertas razones, ni yo soy partidario de hacer lecturas de la historia en esos términos. No he leído una sola semblanza de la vida de Fraga en la que hayan aparecido juntos en la misma necrológica términos como Julián Grimau, Enrique Ruano, el engaño del accidente nuclear de Palomares en 1966, la más que limitada y restrictiva Ley de Prensa de 1966 que eliminaba la censura previa para imponer la autocensura y la posibilidad del secuestro o cierre de diarios, el Estado de Excepción de 1969, el caso del Diario Madrid y la muy deleznable intervención que en todos ellos tuvo el entonces Ministro de Información y Turismo, Fraga Iribarne. Tampoco he encontrado referencias a la represión de Montejurra y Vitoria en 1976 donde, con la participación de fuerzas policiales, es de suponer que algo supiera o incluso dirigiera el entonces Ministro de la Gobernación, Fraga Iribarne. No es de rigor explicar tales sucesos como "llegaron unos y se pusieron a pegar tiros", que es la explicación casi textual que el propio ex Ministro daba sobre aquellos altercados en una entrevista que fue emitada la noche posterior a su fallecimiento por TVE-1. Yo aquí no los voy a explicar. Les invito a que aprendan sobre ellos con simples búsquedas en Google y disfruten del placer de aprender por sí mismos, si es que ustedes desconocen algunos de los episodios aludidos.




Que Fraga colaborara en la redacción de la Constitución de 1978, creara un partido de derecha con opciones de llegar al gobierno de la Nación, supiera quitarse de en medio a tiempo en la carrera hacia La Moncloa e interviniera en el desarrollo como Presidente de Galicia de un Estado de las Autonomías contra el que combatió durante las discusiones sobre el texto constitucional, no hace desaparecer los borrones o episodios incómodos sobre su biografía.




Pero, como digo, lo peor es que nosotros mismos, los historiadores, y los periodistas los hagamos desaparecer consciente y muy piadosamente. No entiendo ese miedo. Será quizá para que luego, cuando nos toque a nosotros rendir la vida como a Fraga, seamos merecedores de un trato no menor. Me temo que es no un miedo a enfrentarnos a los muertos sino a enfrentarnos a nuestra propia historia y de ese modo condenarnos a repetirla o a no superarla y no poder librarnos de ella.


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Ayer por la noche solo pude escuchar algunas de las frases finales de una discusión que, en un programa de uno de los canales de la TDT española, versaba sobre el escándalo Urdangarín y cómo éste podría afectar -o estaba afectando ya- a la Familia Real y a la Corona de España.




Y hoy, elEconomista.es nos informa de que la Infanta Cristina está muy enamorada de su marido y que el caso judicial parece no haber hecho mella en su relación matrimonial. Ver aquí.




Como digo, no pude llegar a enterarme de las posturas defendidas por cada contertulio pero escuché algunas cosas con las que no estoy de acuerdo. La principal es que se le echaba en cara a la Infanta Cristina no estar en España para dar la cara, pedir disculpas a los españoles si procedía y, en cualquier caso, hacer saber a los españoles que ella siempre va a estar a nuestro lado, pase lo que pase y por España asumirá los sacrificios que tenga que hacer. Se llegaba a decir que se vería obligada o bien a divorciarse o bien a renunciar a sus derechos a la sucesión al Trono. Me parece un tanto exagerado.




Esta señora, al igual que su marido, no son nadie especial para España, ni para los españoles. Ni tienen, por tanto, ninguna obligación especial asumida para con ellos. Ninguna ley les exige una conducta especial, ni les convierte en una instancia representativa, ni la Constitución les obliga a nada que no nos obligue al resto de los españoles. Desde ese punto de vista, respaldo la reciente propuesta de que tanto las Infantas como los hijos de éstas -y por supuesto sus maridos- sean excluidos de lo que se entiende por "Casa Real Española" y, por tanto, no reciban ni un solo euro de la paga anual que los Presupuestos Generales del Estado reservan para la Casa Real y que, por mandato constitucional, el Jefe de la Casa -el Rey- distribuye o distribuía entre él mismo, su mujer e hijos como Dios le daba a entender.




Espero, pues, que más pronto que tarde la Casa Real solo aluda al Rey y a la Reina, a los Príncipes de Asturias y a las hijas/os de éstos, que son los que ciertamente tendrán que dar la cara cuando llegue el día de aplicar las previsiones sucesorias y a los que, aunque no en virtud de una ley concreta, se les exige rectitud de comportamiento y ejemplaridad; palabra estrella ésta última del mensaje de la pasada Nochebuena del Rey.




Las Infantas, sus maridos y sus hijos, gracias a Dios, no son nadie en España. Nadie más que tú o que yo, quiero decir. Tienen los mismos derechos que el resto de los españoles, las mismas obligaciones y, hasta donde yo sé, un solo privilegio: el de poder comparecer ante un tribunal por escrito. Para todo lo demás, son ciudadanos normales y corrientes. Claro que siempre habrá alguien que diga que esto es mentira y que no son gente normal en tanto que se les reserva un trato especial. A lo que me refiero es que legalmente su personalidad jurídica es la misma que la mía y si tienen trato especial, si son incorporados en los consejos de administración de grandes empresas, si reciben sueldazos por ocupar dichos sillones y si son invitados a grandes eventos culturales, sociales o deportivos, etc., etc., es porque en España hay mucho papanatas que intenta dar brillo y esplendor a sus obras y actos con la presencia de personajes que supuestamente dan prestigio al asunto hasta que llega el día en que dejan de darlo. Y se arrojan al cubo de la basura, tal y como ocurrió con el ya olvidado Jaime de Marichalar y como ocurrirá con Iñaki Urdangarín.




¿Y por qué se tendría que divorciar de su marido?, ¿A quién se le exige semejante cosa después de un proceso judicial? A nadie. Que Urdangarín sea condenado a lo que el tribunal que le juzgue estime conveniente y que se vea obligado como es natural a acatar la sentencia, no tiene nada que ver con su relación matrimonial. Que se divorcie de la Infanta no va a repercutir en el bienestar de España ni, al menos particularmente a mi, me va a hacer sentir más satisfecho c0n el sentido de la sentencia o la posible condena. Que, por otro lado, la Infanta renuncie a sus derechos a consecuencia de una condena impuesta a su marido tampoco me parece razonable. Sí me lo parecería si ella misma fuese imputada y si resultase probada su participación en hechos delictivos. Entonces sí la Casa Real podría exigirle, como castigo ejemplarizante, que renunciara a sus derechos que, por lo demás, ejerce ella en su persona, son intransferibles, en ningún caso referidos a su marido y, por ello mismo, independientes de lo que haga o deje de hacer el Sr. Urdangarín.




Dicen que este caso está afectando mucho a la Corona. Ciertamente que podría hacerlo en tanto en cuanto aparecen cada vez más noticias que apuntan hacia la idea de que la Casa Real estaba más que informada de los supuestos turbios negocios del marido de la Infanta y no se puso un especial celo en apartarlo de los mismos, aunque parece que se le hicieron recomendaciones para que los abandonara o, incluso, alejarlo de España. La Casa Real, además, tardó en exceso en apartarlo de los actos públicos de la Familia Real y aun figura el Excmo. Sr. Urdangarín, con dicho tratamiento, como miembro de la Familia Real en la página Web de la Casa de Su Majestad el Rey.




Desde mi punto de vista, la única forma en que la Corona podrá salir airosa de este trance será aplicando ante los ciudadanos la máxima de la mayor transparencia informativa posible tanto en lo que respecta a este caso en particular como, a partir de ahora y para siempre, en los asuntos de gobierno y económicos de la Casa. No debería torpedear el trabajo de la Justicia y sí asumir el veredicto de los tribunales, ser diligentes en su aplicación y adoptar las medidas que se consideren oportunas para que el tumor no se siga expandiendo y permanezca bajo control.


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Si el cinismo se estudiara en las Facultades de Ciencias Políticas de las Universidades españolas, desde el pasado 18 de enero habría que incluir al presidente de la Comunitat Valenciana, Alberto Fabra, como el máximo exponente de dicha corriente política.

En una entrevista en El gato al agua, programa nocturno de Intereconomía, vino a decirnos a todos los españoles que su Comunitat está como está por culpa de Zapatero. No podía ser de otra manera. ¿Alguien podía pensar que Valencia fuera a estar como está, como una Grecia española, por haber malgastado el dinero público durante los dieciséis años de gobierno del Partido Popular?, ¿Qué persona en su sano juicio puede albergar en su cabeza la sospecha de que en esa Comunitat el dinero se ha tirado por la borda a espuertas en forma de Terra Mítica, Fórmula 1, aeropuertos peatonales, publicidad sobre los mismos o esculturas que recuerdan a Míster Potato por valor de 300.000 euros?


Según el Sr. Fabra no ha habido despilfarro, ni derroche, ni mala gestión, ni gasto en infraestructuras absurdas por parte de las instituciones valencianas. A ellos que les registren. El déficit valenciano, que es de los más altos de toda España por cierto, es cosa de Zapatero y de la deuda histórica del gobierno central con el valenciano. Apareció de repente. Nadie se lo esperaba. El argumentario, basado en que si Zapatero no hubiese negado la crisis, otro gallo le cantaría a su Comunitat, es tan absurdo que parece obsceno.




Pues escuchen el vídeo, sobre todo a partir del minuto seis. Resulta que la culpa es de Zapatero que, entiendo, habrá sido el responsable de dichos proyectos absurdos y ruinosos, el que firmó los contratos, el que dilapidó el dinero. Pero, fíjense, se olvidó el Sr. Zapatero, en su inmensa maldad, de firmar los cheques para pagar a los colegios concertados el dinero que la Comunitat les adeuda desde illo tempore y para darles liquidez para que, por lo menos, puedan encender la luz o pagarse la calefacción y no tener que expulsar a ningún alumno por colgar fotos en su Facebook de sus compañeros tapados con mantas dentro del aula y, con ello, acusarle de desprestigiar a su centro educativo.

Y vean cómo lo afirma y ni siquiera se sonroja, consecuencia de la tan española costumbre que dicta que nadie tiene que dimitir, ni disculparse, cuando como cargo público que debe respeto a sus gobernados se dedica a insultar la inteligencia de éstos y tratarlos como si nos chupásemos el dedo.


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Tampoco nos podemos -ni debemos- olvidar del escándalo que, dentro del escándalo de los EREs de la Junta de Andalucía, ha saltado al respecto del presunto gasto de dinero público para comprar coca para el antiguo Director General de Empleo y Seguridad Social y amistades.







A ese respecto, la consejera de Presidencia y Portavoz del Gobierno andaluz, Sra. Moreno, ha manifestado hoy que "no estamos quitando ni un gramo de gravedad a este asunto". La cosa, como ven, va de gramos y aparentes metáforas:
















Solo le ha faltado decir que al próximo que se pase de la raya le harán polvo.


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Abordemos el capítulo de los impuestos.

Les dejo -por ahora- con el Sr. Montoro y una intervención suya en un programa de televisión en noviembre de 2011, al inicio de la pasada campaña electoral al término de la cual el PP ganó las elecciones en España.

Según el actual Ministro de Hacienda, la subida de impuestos como el IRPF o el IVA traería menos crecimiento y más paro, menos gente invirtiendo y ahorrando, menos empresas, menos consumo, menos recaudación al Estado, más inseguridad para financiar las pensiones y los servicios públicos y, por último, dificultaría la salida de la crisis de los países europeos más perjudicados por ésta.

Vean:



Negro futuro el que nos espera.


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Como no tengo otra cosa de la que hablar, voy a recurrir a una de las facetas que más me gustan de los blogs y las redes sociales: la crítica a la versión oficial y el desentrañar la ponzoña ideológica con la que nos quieren contaminar.

Disfruto viendo que las hemerotecas y las videotecas son letales, nos recuerdan quién dijo qué, en qué contexto y nos permite hacernos una idea acerca de por quién estamos gobernados. O sea, a quién o quiénes hemos votado.

Cada día pondré un vídeo o un enlace o varias cosas al mismo tiempo o en distintas entradas.

Y empezamos ahora mismo reflexionando sobre la España que quiere Rajoy y el gobierno que en 2004 le inspiraba -como modelo, se supone- para cuando él gobernase en España. Corrían tiempos de campaña electoral, la de 2004 insisto, y en tal contexto comentó lo siguiente:




Un modelo digno de los mejores gobiernos y de las más acendradas democracias, Sr. Rajoy, desde luego.


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