Ha sido mi día, como cada año. El primer día de la segunda quincena de junio, día normalmente caluroso de más, soleado, perfectamente veraniego. Perfecto para venir al mundo a las 16:00 horas de la tarde, como yo tuve a bien. En los primeros años, lo del colegio, los 16 de junio ya olían a vacaciones de verano, a playa, a que pronto me haría mi madre la maleta para irme a Torrevieja con mi abuela. Luego, en el instituto y en la carrera, aquello no olía más que a exámenes finales, siempre había alguno que caía o el mismo día 16 o un día después. Ahora me pilla opositando, tratando de entender el Sistema Nacional de Salud y la función del directivo público.
Por regla general, no suelo estar especialmente alegre, no celebro el hecho de cumplir años aunque en el fondo no me da igual cumplirlos. No nos engañemos, a nadie le da igual. Parece que la vida se te escapa, la ves pasar, te pierdes en estudios, libros, discusiones a veces, momentos de aburrimiento o tedio, disgustos, etc., y, mientras tanto, este día se va acercando para pillarte de sorpresa cada año y recordarte que la vida pasa y que, mientras buscamos nuestro lugar en el mundo, debemos aprender a vivir la vida, a disfrutarla, a sentirla, a que entre por los poros de la piel, a que te impregne, a que te llene y a que parezca tan bonito un día soleado como otro lluvioso. Porque lo que importa es la actitud y no perderse en las majaderías en que nos solemos envolver. Pero, por otro lado, parece maravilloso haber llegado hasta aquí, haber hecho todo lo poco o mucho que se ha hecho o conseguido y tener planes para el futuro, haber conocido a quienes están o a quienes ya se fueron dejando un poso imborrable. Seguramente, eso ya es motivo suficiente para celebrar el día, para hacer una fiesta, para engalanar la casa y decorar las ventanas porque, en definitiva, sigues vivo. Y eso es milagroso. Así que a partir de ahora entenderé a quienes sí lo celebran. Hay motivos.
Es decir, es un día de sentimientos encontrados. El caso es que, como digo, no tengo esa costumbre de celebrar, nunca la tuve. Y ahora que está a punto de acabar el día, mi día, me pasa lo mismo de siempre. Que no quiero que se acabe.
Y en eso la culpa no la tengo yo, si no quienes me rodean. Que hacen de cada 16 de junio un día especial, el mejor del calendario. Aun sin haberme concedido una tregua en el estudio, no he parado de recibir llamadas, mensajes al móvil y a Facebook desde las mismísimas 00:00 horas de la pasada noche. Hay gente muy detallista, no les da lo mismo esperarse a la mañana o la tarde, no se quieren dormir sin haberme felicitado y me los imagino a todos delante de sus ordenadores y de sus teléfonos esperando a que sean las 00:00 horas para desearme lo mejor. Para ser los primeros. Ha sido un día maravilloso. Ellos y ellas lo han hecho así. Ciudades tan lejanas como Cartagena, Telde, Barcelona, Murcia, Zaragoza, Santander o Las Palmas de Gran Canaria no lo parecían tanto pues hasta aquí me ha llegado su calor en forma de muestras de cariño y las mismas buenas palabras que siempre me dedican.
Un lujo abrir el correo de buena mañana y encontrar la felicitación de Parker, que supongo se habrá acordado de algún día que se lo dije o que lo escribí por aquí. ¡Buena memoria y atento detalle! Poco después, mi amiga Leo me deseaba lo mejor del mundo, me decía que me quería, que no me lo podía decir por ordenador y que se notaba que hoy había nacido yo porque el día en Telde estaba soleado y radiante. Como para no caer rendido a sus pies con tales palabras. Amelia fue de las que me felicitó de noche y, aun así, me ha dejado varios mensajes en Facebook, hasta un poema de su puño y letra que dice así:
"Hace ya algunos años, al Juanito conocí,
me gustaba su estilo al hablar, su humor sin final,
incondicional donde los haya, el Juanito siempre está
y aunque no lo pueda catar de marido, me hace reír.
Y con Avalito, no digamos, el amigo incondicional que vio cómo los guindillas querían darle fin
y por eso y siempre por estas fechas, el Avalito se enrala,
se come unas gafas ahora, luego las zapatillas y por último una gran meada
y es que es su manera de felicitar al Juanito sin rival".
Marta me dedica la canción My inmortal, de Evanescence y me dice que lo hace porque se siente identificada y porque cree que muchas veces yo hago con ellas lo que dice la letra de la canción. Y yo sin darme cuenta, me sale solo. Marisa, Laura, Pepi, Domingo, Norma, Chiqui, Ramón y muchos otros que, aparte de no merecerlo, me han deseado lo mejor y me hicieron sentir especial.
También, desde luego, parece que he pasado el día en casa con mis amigos del barrio o de lugares más cercanos. Mi atareada amiga Inés, del pueblo de al lado, que va para dirfectora de cine y que me tiene en tanta estima y tan agradecida es cuando ambos dos nos usamos como pañuelos de lágrimas para contarnos desdichas laborales, y no digamos a la siempre dispuesta, atenta y dicharachera Bego, de unos cuantos municipios más allá, que lleva felicitándome toda la semana por hoy y por los 364 días de "no cumpleaños". No me digan que no da gusto.
No estoy solo. Me acompaña mucha gente en este tortuoso caminar que es la vida. Y ese sentimiento, esa certeza, no la cambio por nada. Así pues, tengo un año más para reír, llorar, sentir, para correr desesperado, para pararme en seco, para soñar y despertar, para querer huir y querer llegar. Un año más aprendiendo a vivir y haciéndolo de prestado porque, al fin y al cabo, solo estoy de paso.
Muchas gracias por este día. La pena es que no seáis un millón y que tenga que esperar 364 días para que lo volváis a repetir.