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Estoy empezando a pensar que la vida es un completo absurdo. El mayor sinsentido. Una perfecta gilipollez. No digo que no haya que vivirla apasionadamente, disfrutarla a cada sorbo y agradecer todo lo que hemos tenido en forma de personas, familia, amigos y bienes materiales que nos hacen la vida más agradable, acompañada o divertida. Ya que nuestros padres nos hacen desembarcar aquí y que tenemos poco tiempo para estar, no es razonable tomarse la vida como un camino que no hay que gozar para que, cuando nos llegue la hora, poder morir con la conciencia tranquila y la sensación de haber hecho todo lo que se pudo, se quiso o se debió hacer. Y si, encima, se deja huella en la gente que se queda llorando tu ausencia, tanto mejor. Eso es que se ha vivido una vida plena.

Conocemos a muchas personas y un día, sin quererlo pero sin poder evitarlo, nos las encontramos "expuestas" en la sala de un tétrico tanatorio, rodeadas de flores y coronas con mensajes de cariño y recuerdo. Y es ahí cuando vienen a tu mente las llamadas "preguntas trascendentales". Es ahí cuando el mundo, tu mundo, parece venirse abajo, parece perder el sentido que antes de tal o cual fallecimiento tenía, parece que te quedas solo, incomprendido en tu dolor, pendiendo de un hilo o con una sensación horrible de orfandad. Y te parece mentira que una persona que ayer estuvo activa, ahora se haya convertido en algo inerte, algo que no escucha, que no ve, que no siente, que no padece.

Es ahí cuando te preguntas si es verdad que la vida termina así, si nuestro fin es ese y si todo se acaba cuando te encierran bajo una sepultura o te aplican otros tratamientos, a gusto del consumidor. Porque, a fin de cuentas, te resistes a pensar que eso pueda ser así, es increíble, cuesta aceptarlo. Que personas tan vitales y en torno a las cuales giraba nuestro pequeño mundo se vayan de esta forma, dejen de estar. No me entra en la cabeza que la vida termine de este modo, que una parte de nosotros no trascienda y se libere de las amarras físicas y corporales que tenemos las personas vivas. Que además de pasar buenos ratos, suframos, lo pasemos mal, nos angustiemos, enfermemos, nos preocupemos por los demás, tengamos los problemas más diversos o veamos gente desaparecer poco a poco, etc., etc., y que todo eso termine entre las paredes de un hospital, un tanatorio, una sepultura o un recipiente de cenizas. Porque la vida tiene esas dos vertientes; la de pasarlo bien y la de ir careando las malas y/o tristes situaciones a las que nos tenemos que enfrentar. Y hacer todo eso, tomar tantos disgutos, afanarse en tantas cosas más o menos útiles o absurdas y tener tantas preocupaciones para, después, acabar en un féretro reducido a un montón de huesos o de polvo ceniciento por los siglos de los siglos -que pasamos más tiempo muertos que vivos-, me parece lo más absurdo, traicionero y perro del mundo.

No hay derecho. No es justo. O no me lo parece. Y si la vida, que es el único tesoro verdaderamente duradero que poseemos -dura tanto como nosotros mismos sobre la faz de la Tierra-, consiste simplemente en eso, me temo que la vida en sí misma es el mayor engaño de la historia. Una estafa. Una broma de muy mal gusto. Una mierda.

Desde la pasada noche, él ya es libre. Desde hace unas horas, él no vive encerrado en un cuerpo, dependiendo de cosas materiales para sobrevivir y, sobre todo, sufriendo terribles dolores provocados por una tormentosa enfermedad.

Él, José Antonio Labordeta, ha muerto. O sea, se ha liberado. Porque eso es lo que creo que es la muerte, una liberación. Quizá un punto y seguido, no lo sé. Pero me gusta pensarlo porque, si no, ¿qué sentido tiene nacer para morir unos pocos años después?

En cualquier caso, libre como ahora es, estará por ahí, guitarra en mano, entonando los acordes de su canción más conocida, el Canto a la Libertad que, para más señas, oí cantar por primera vez a los miembros de la comunidad de cristianos de base de la parroquia a la que pertenecía mi abuela cuando yo era un chiquillo. Un canto estupendo, que entre otros puso música a la Transición Democrática en España y que daba voz a quienes nunca la habían tenido, intentando que confiaran en un futuro de libertad. Un canto que tiene que seguir resonando en un mundo y una sociedad cada vez más injustos, para que lo escuche una gente que, aunque vivimos en libertad, nos empeñamos en esclavizarnos de las más diversas formas.

Y me pregunto, como él, tal y como están el mundo y la sociedad, si habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad. Si aun podemos guardar la esperanza.



Ojalá. Entre tanto, ha llegado su turno de descansar en paz. Y nuestra responsabilidad de no olvidar su legado y su esfuerzo en pro de la libertad y de la cultura.

Somos idiotas. Y a veces, según lo que vea por la calle, se me antoja que idiotas profundos. Nacemos como tales y nos morimos de la misma manera pues, como decía Ramón Mª. Narváez, varias veces presidente del Gobierno en la España de Isabel II, la idiotez es una enfermedad contagiosa y que no tiene cura. Nuestra vida, como cuenta el protagonista de la película Amor idiota, es a fin de cuentas:

Un largo y provechoso viaje hacia la idiotez. Siendo adolescente me di cuenta de que era idiota. Unos años más tarde descubrí que no era el único. Ahora que voy camino de los 35, no solo estoy convencido de que todo el mundo es idiota sino de que nunca dejamos de serlo.

Hay quien se enfada por cualquier cosa o le gusta el conflicto entre personas y amigos más que a un niño una piruleta. Nos enfadamos, nos peleamos, nos volvemos a hacer amigos. Nos insultamos, criticamos, colgamos sanbenitos y no aceptamos todo aquello que no pase por nuestro juicio previo. O sea, nos hacemos daño gratuitamente. Cuando todo marcha tan bien o eso parece, de repente ocurre algo que hace reventar cualquier relación entre personas, algo que molesta al otro. Y es que cuesta tener en cuenta a los demás. Decimos tener claro algo y, luego, demostramos pasarnos los valores, opiniones y requisitos de los demás por el arco del triunfo. Todo para que quede por encima nuestra versión de los hechos o nuestros pareceres. Y todavía hay que aguantar que los más pizpiretos se las den de no sé qué. También nos enrollamos, nos complicamos la vida, nos besamos y
hasta, incluso, nos enamoramos, tremenda idiotez que sacude nuestras vidas y las pone patas arriba como ninguna otra cosa. La vida, sin ir más lejos, es una idiotez en sí misma si aceptamos que nacemos para morir pocos años después.

Y lo gracioso es que, aun pensando que lo hemos visto y oído todo, no es así. Siempre quedarán nuevas metas que lograr, nuevos retos que perseguir en nuestra particular carrera hacia la imbecilidad. Nuevos gestos por hacer, más pruebas que dar para demostrar que seguimos en la brecha. Porque, en efecto, la idiotez va a más, es imparable, nunca dejará de sorprendernos y de animarnos a batir nuestros propios récords. Así hasta creer -o parecer (porque hay quienes no aceptan nunca que lo son)- que somos idiotas consumados. Y no hay cosa más peligrosa que un idiota, incluso más que un malvado. Y no lo digo yo, pues ya tuvo oportunidad de señalarlo nuestro filósofo José Ortega y Gasset hace unas cuentas décadas.

Quizá de aquí nazca nuestra natural desconfianza hacia los demás; de nuestro vano intento de protegernos de tanto idiota como anda suelto por ahí.

Hay gente que es obstinada y pertinaz hasta decir basta y que no reconocen que han cometido un error ni regalándolese billetes de 500 euros a pares. Y un ejemplo de ello lo constituye el señor que nos ha dado el fin de semana a todos los españoles por su temeridad al volante.

Resulta que hoy le han condenado a estar diez meses sin poder conducir -sin carnet, vaya-, a pagar una multa de 1.800 euros y a seis meses de trabajo en beneficio de la comunidad. A pesar de asumir esta condena, de decir hace un par de días que bebió -aunque poco, pero algo- en una cena con amigos y de dar 0,87 miligramos de alcohol por aire espirado en el control de alcoholemia que se le practicó, nos ha dicho que él no iba bebido. Imaginaciones de la Guardia Civil y de los conductores de la M-40, supongo. O quizá es que ellos sí iban bebidos. Y por eso mismo, porque no iba bebido, no tiene que pedir perdón. Que lo pidan, es de suponer, las farmacéuticas, que hacen medicamentos que reaccionan malamente con el alcohol, oh, pobre víctima de la sociedad.

Pinchando aquí, podrán ustedes acceder a tres vídeos de la página Web de Antena 3 Noticias, una entrevista que Albert Castrillón le hizo al personaje ayer domingo, así como pueden leer un resumen de la misma, de la cual hemos entresacado algunos fragmentos entrecomillados. Vean los vídeos. Reconoce no haber leído o escuchado lo que se ha dicho sobre él estos días; que no piensa dimitir, más bien al contrario pretende dar clases de ética a los demás; que llamó a Esperanza Aguirre, nuestra ínclita presidenta, y que ésta pasó olímpicamente de él -lo cual también dice mucho de cómo se toman las cosas serias en esta Comunidad Autónoma los responsables públicos-, que es éticamente intachable y que como mucho dirá que le cesen, pero que no dimitirá nunca. Así lo dice, sin sonrojarse siquiera:

"Que me cese. Soy éticamente intachable y no he transgredido la ética, por tanto, no dimito, ni voy a dimitir".

Y que le estaría muy agradecido a Esperanza Aguirre en el caso de que le quitara del puesto porque está "hasta el gorro de cosas que son indignantes y una basura" y de lo que califica como "montaje de cabo a rabo". Resulta que no ha hecho nada, "ni he robado, ni he mentido, ni he asaltado la legalidad", que solo ha dado una tasa de alcoholemia "en unas condiciones terribles de medicación". Como si las pastillas fueran hechas con Licor 43... Que se manifiesta tan crítico e insultante con los políticos, casualmente todos socialistas, porque no es Mónica Lebinsky, solemne gilipollez y, por tanto, no está casado con nadie. No pertenece a la clase política, sino a la sociedad civil y puede criticar sin paños calientes a quien se le ponga en el palo mayor. Y que se alegra de que le condenen, de que le multen y de que no le dejen conducir con tal de volver a su vida normal, dejar de ser tan criticado y poder tomarse las copas que le de la gana cuando le apetezca. Pero, un momento, ¿eso no está contraindicado con su medicación?

Este hombre, que como siga repitiendo lo de la basura se va a terminar pareciendo a la bruja Lola y sus velas negras, me deja abrumado. Dice que le da vergüenza vivir en España pero más vergüenza me da a mí tener que leer y escuchar este tipo de cosas, que no se pida perdón por una falta tan grave y que, encima, se trate a los ciudadanos con altanería, como si fuésemos tontos del culo. ¿Si hubiese habido víctimas, a quién habría que reclamar? ¿Al médico que le recetó la medicina, a la industria farmacéutica? Venga, hombre..., un poquito de por favor. Que parezca, aunque solo por una vez, que no estamos en España. Por honor, debería haber dimitido. La lástima, aunque es lo más común en este país de mierda, es que no lo vamos a tener que aguantar más no porque comprenda que se tiene que ir, sino porque el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha anulado la institución que preside. Dicen que para ahorrar. A ver si así, al menos, aunque ahondemos en nuestra desconfianza y animadversión hacia nuestros políticos y representantes públicos -no sé de qué se quejan, si nos dan motivos todos los días- tenemos un cargo menos al que escuchar tonterías.

El hombre que opina que en España no hay libertad política:



Que públicamente insulta a y se mofa de Presidentes y ex Presidentes del Gobierno de la Nación y a las hijas de éstos, a Presidentes de Comunidades Autónomas y a ministros e, incluso, a Presidentes de otros países:











Que quiere una pistola:



Y que se avergüenza de ser español y del funcionamiento de la justicia y que ha prometido largarse de aquí:



Es profesor de Derecho en la Universidad española, lo cual ya de por sí es muy revelador, y ha sido "cazado" triplicando la tasa de alcohol permitida al volante mientras circulaba por la M-40.

Y, sin mayor problema, nos lo ha contado a todos los españoles a través de los medios. Y nos ha dicho que bebió media copa de vino y un licor lo cual, unido a que no comió mucho con sus amigos y a que toma un medicamento para evitar ataques epilépticos, le hizo reacción con el alcohol, le llevó a conducir haciendo eses, a hacer que los demás usuarios de la vía tuviesen que frenar y esquivarle y a casi darse una castaña con un camión. Así lo explica él mismo, según cuenta el diario Público:

"No puedo tomar una copa porque tomo un medicamento desde el año pasado, que me intervinieron con una craneoplastia y al tapar el cráneo cambia la presión dentro del cerebro y tengo que tomar un medicamento que evita convulsiones o un ataque epiléptico. Es incompatible con el alcohol".

Pero, aun así, sabiéndose aparentemente la teoría a la perfección, bebió, cogió el coche y empezó a encontrarse mal. Suerte que por allí pasaba un Policía Nacional fuera de servicio que pudo avisar al 062 de los extraños movimientos que estaba haciendo un vehículo en dicha autopista de circunvalación.

Y es que, según su propio testimonio, el pobre se estaba encontrando fatal. Le pararon, se puso violento contra los Policías que viendo sus "síntomas evidentes de alcoholemia", dicidieron practicarle la pertinente prueba, que dio positivo.

Y, ya para descojonarnos, tenemos que leer lo que sigue:

"Menos mal que se fijó un policía que no tenía una conducción normal. Menos mal, porque si no hubiera habido una desgracia, comentó Neira, quien dijo que se sentía completamente fatal al volante y no tenía buena visión. Afortunadamente este Policía llamó al Samur y a la Guardia Civil, me hicieron la prueba del alcohol y me dieron una gran alegría al decirme lo que tenía de alcohol, porque por lo menos esto tenía una explicación, dijo".

Lo que hay que hacer, querido mío, es no beber cuando se va a coger un coche. Y dejarse de rollos macarenos, de medicamentos y de excusas absurdas.

Este hombre, convertido en héroe contra la violencia de género y, para más señas, en Presidente del Consejo Asesor del Observatorio Regional contra la Violencia de Género de la Comunidad de Madrid, parece no darse cuenta de que conducir en ese estado es otra forma gravísima de violencia porque de esa conducta temeraria puede llegar a depender la vida de los demás conductores. A la sazón, inocentes usuarios de las carreteras que, sin comerlo ni beberlo, se ven involucrados en un accidente del que jamás podrán olvidarse por las secuelas físicas que les ha dejado o que les llevará a la muerte, rompiendo sus familias y matando de dolor a sus seres queridos que se quedan llorando su ausencia. Y esto último, querido señor, es irremediable, no tiene solución, ni vuelta atrás.

Sería de recibo, aunque en España eso es una rareza que, en virtud de la responsabilidad pública que ejerce este señor en la Comunidad de Madrid, dejase el puesto para que fuese ocupado por otra persona más adecuada. Por responsabilidad y por honor. Por otra persona que, consciente de su responsabilidad pública, diese con su conducta buen ejemplo al resto de los ciudadanos.

En cualquier caso, es de esperar que reciba un castigo ejemplar que no le haga otra vez sentir vergüenza del país en que vive, ni nos la haga sentir a nosotros.

Por el bien de todos y por su propia imagen, ¡dimita, por favor!


N. B.: Entrada basada en la información del diario Público, cuyo enlace puse más arriba. Huelga decir que de los vídeos publicados en esta entrada solo me interesan los mensajes de este personaje, no los textos que se pueden leer en ellos y que, supongo, habrán sido añadidos por los autores de dichos vídeos con los que no tengo nada que ver.

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