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Como dije hace algunas entradas, ha llegado el momento de los adioses. Me voy cuatro días a la casa de la playa, aunque la mayor parte del tiempo espero pasarlo en Cartagena, mi ciudad natal.

Me voy porque lo necesito, porque me lo pide el cuerpo. Porque, como siga así, mi cabeza va a reventar y quiero llevarla a un sitio que no esté conectado a Internet; un lugar donde pueda pasar cuatro días sin saber de nadie, ni de nada que tenga que ver con los estudios o con mis líos personales. Quiero oler a mar, que la brisa marina me de en la cara y que todos mi ser se recicle al lado del mar. A ver si así mi cabeza descansa y vuelve nueva. Además, no tuve vacaciones en verano y qué menos que desaparecer cuatro días a cambio.

Lo primero será ir a saludar a mi abuela que, aunque no la pueda ver, siempre va conmigo y se me manifiesta por todos lados. Aun así, parece como si el cuerpo me pidiera acercarme al sitio donde está ahora, como si nos fuéramos a contar algún secreto o ella me quisiera dar algún consejo personal, además de que quiero que su sitio de descanso esté lo más curioso posible. Una vez que haga eso, el cuerpo me pedirá que me vaya a dar un paseo por las calles de su barrio, que salude al frutero, al carnicero y a las chicas de la Farmacia para, en el momento cumbre, plantarme delante del edificio y mirar hacia arriba, al balcón donde ella pasaba la vida sentada en su mecedora. Ya lo hice por primera vez hace seis meses y puedo prometer que fue una experiencia emocionante: ¡Cartagena sin mi abuela, nada parecía lo mismo y me temo que, de hecho, nada era ya igual!

Y, a partir de ahí, disfrutar de la gente, de mis amigos, de mis conocidos y de la familia. Tengo mucha gente a la que ver y mucha gente que, gracias al teléfono, salva la distancia entre Cartagena y Madrid y siguen muy pendiente de mí. A todos les quiero saludar, abrazar y, sobre todo, volver a testimonar mi admiración y cariño por el inmenso bien que hicieron a mi abuela cuando ésta se encontraba enferma.

El sábado, excusa real por la que voy a hacer este viaje, tendrá lugar en Cartagena la presentación de un libro único. No existen dos como ese. Se trata del primer libro que se ha escrito sobre el Poblado del Valle de Escombreras que, entre 1948 y finales de los '90, existió a la sombra -literalmente- de la Refinería de Petróleos de Cartagena. En esa factoría trabajó mi abuelo desde 1942 hasta 1980 y en aquel poblado vivieron entre 1956 y 1963. De hecho, allí nació mi madre. El poblado está arrasado porque sobre él se está erigiendo una ampliación enorme de la Refinería para convertirla en la más grande de todo el continente europeo. El libro, además de salvar la memoria de los casi 3.000 habitantes que llegó a tener el Poblado en sus mejores tiempos, viene acompañado de muchas fotos. En una de ellas, al menos hasta donde llega mi conocimiento, aparecen mis abuelos en un baile de disfraces que celebraron con otros vecinos en 1956. Imagino que cuando tenga el libro en las manos y vea a mis abuelos inmortalizados en sus páginas sentiré una emoción que lo mismo me hace imposible evitar que se derrame alguna que otra lágrima.

El gran sueño del ser humano, el de pervivir en el recuerdo (o sea, la inmortalidad) se cumplirá en mis abuelos. Ya no serán una simple cartela dispuesta sobre una sepultura de mármol blanco o un recuerdo condenado a desaparecer cuando muramos los que hemos vivido con ellos. Serán, a partir de ahora, personas de carne y hueso, con un nombre y dos apellidos en el pie de foto y cuya apariencia y aspecto físico cualquier lector podrá conocer.

Estos días, pues, me temo que van a ser muy intensos en lo que a emociones se refiere. Pero me gusta dedicarle tiempo a la gente que me quiere o que, en su caso, me quiso tanto que me hacen imposible olvidar tanto amor, tantos ratos pasados en compañía, tantas experiencias vividas en común y tantas cosas aprendidas de ellos. Y si alguien me dio algo bueno fue ella, mi abuela, a quien dedico mis días y mis noches, todos mis pensamientos y cada cosa que hago.

Por lo demás, seguro que podréis estar cuatro días sin mí. Os dejo este vídeo para que conozcáis mi ciudad, si es que habéis tenido la desfachatez de no haber ido aun por allí, y su himno.



Un abrazo para todos, que todo os sea propicio y nos veremos por aquí el lunes de la semana que viene.

Vamos a cambiar de tema, que ya está bien de hablar de verduras, ensaladas y boniatos, que parece esto el blog de un huertano de las afueras de Murcia. No creo que el tema merezca que le dediquemos más tiempo, es inútil.

A estas horas de la noche, después de haberme tirado toda la mañana y la tarde de este sábado subiendo y bajando escaleras, hablando con todas mis vecinas que tocaban a la puerta cada dos por tres y haciendo fotos a la bolsa de basura que una guarra que tengo por vecina -y que está enfadada con la Comunidad- ha tirado dentro del ascensor, con visita de la Policía incluida, entro aquí y os dejo un vídeo gracioso. Explicaré que soy, fíjense ustedes qué categoría, hijo de la presidenta de la Comunidad que, como se había ido a comer fuera con su marido -mi padre-, me ha dejado de presidente de funciones. O sea, este cargo me hace tener el honor de pertenecer a la Jet Set de Kosovo.

La Policía, avisada por una vecina un tanto alarmista, se ha personado para decir que ellos no podían hacer nada, recomendándonos que hiciéramos fotos y que no tirásemos la bolsa hasta que la sra. Presidenta y el Sr. Administrador no decidan lo que hacer con ella. Y si se repiten altercados parecidos, que la Comunidad denuncie a la protagonista de este gesto tan higiénico, oloroso y agradable. Y yo, que cuido siempre mis formas de salir a la calle hasta la obsesión, me he visto en el rellano de mi portal en pijama y zapatillas de andar por casa, rodeado por tres vecinas con ganas de fostiar a la cochina autora del asunto, y haciendo fotos a la bolsa y a los elementos que ésta contenía. Luego, recoge el entuerto, friega el suelo del ascensor y sube la bolsa al cuarto que sube a la azotea ya que nadie quería quedarse con el tesoro en su casa.

En fin, lo del vídeo. Es un repaso de la historia de España, muy ligero y, al mismo tiempo, simpático y certero. No sé si lo habréis visto o si lo conoceréis pero, la verdad, está estupendo y pasaréis un buen rato, o eso espero.



He leído por ahí que uno de los principios fundamentales de la Mecánica Cuántica es el que reza algo así como que dos partículas que entran en contacto nunca llegarán a separarse del todo.

Yo no tengo ni idea de si es verdad o si quien lo escribió en su blog se intentó quedar con todos los que por allí pasaran, entre ellos un servidor. Pero el caso es que la frase me ha hecho pensar durante largo rato esta mañana, mientras perdía el tiempo en mi lugar de trabajo.

Me preguntaba si a ti y a mi, dos partículas, nos pasará lo mismo. Es decir, si no podremos desengancharnos totalmente el uno del otro aunque sea imposible, como se ha comprobado, que lo nuestro es inútil. Y si es así, menuda condena la que me ha caído encima. Yo no quiero ser como esa partícula que no puede separarse, no me sirve de nada dedicar parte de mi tiempo a pensar en ti. Esas partículas, que parece que viven tan dependientes, ¿sucumben también a lo que no deben, a sus pasiones más bajas aunque no se consiga nada con ello?

Y si no quiero, me preguntaba esta mañana, ¿por qué entonces hablo de ti, pudiendo dar a entender que, como esas partículas, no me puedo separar de ti?


Soñé no hace mucho tiempo que una noche cualquiera, por sorpresa y a oscuras, te hacía mía. La pasión se desataba, los dos bañados en sudor, tiritando de pasión, gimiendo, desbocados y cabalgando el uno encima del otro hasta la extenuación, deshaciéndonos de placer.
Lo soñé porque entonces llegué a morirme. Sí, me derretía solo de pensar en la posibilidad de tocarte. Y todo mi cuerpo se estremecía cuando el tuyo cometía el descarado desliz de rozarse con el mío. Agonizaba solo de imaginar que nunca podría desabrochar esa blusa o introducir mi juguetona mano en el interior de tu ropa y, así, reconociendo lo que tus ropajes dejaban insinuar, poder apaciguar mis descontroladas ansias. Me estremecía cuando me daba por pensar en el momento en que, despojados de toda cobertura, nos confundiésemos con las sábanas de tu cama. Envidiaba todo lo que te rodeaba, ya fueran cosas o amigos, por el simple hecho de que me robaban tiempo de estar contigo.




PD: Esta entrada que me ha permitido poner este vídeo/canción. Es un bolero interpretado por mi admirado Moncho. Bego me ha pedido que le ponga uno y yo, queriendo satisfacer sus deseos, he escogido uno de los que más me gustan. Espero que a vosotros, y a ella en particular, también os guste. Ya pondré más.


Hace días escribí que quería cambiar algunas cosas de mi vida, que me gustaría intimar con gente nueva que sepa valorarme como soy, que me acepte como soy.

Sentir que estamos rodeados de personas que nos quieren bien es una de las sensaciones más hermosas de que podemos disfrutar. Nos encanta, no podemos negarlo, sentirnos queridos; notar que contamos para los demás, que somos alguien, que tenemos en definitiva un lugar en este inmenso mundo. Pasarse los fines de semana encerrado en casa, pareciendo que las paredes se nos vienen encima, es una situación frustrante, por mucho vodka que se tenga en el mueble bar. Además, somos demasiado jóvenes como para sentir la soledad y las consecuencias de los fracasos tan a flor de piel.

Hablaba yo entonces de que tenía que hacer reformas estructurales antes de que el edificio, o sea yo, humilde metáfora, se viniese abajo. Pero, poco a poco, en frío, me he ido dando cuenta de que no es para tanto y que quizá con una manita de pintura a la fachada ésta luzca con un nuevo y diferente color. Es decir, puede que sea más simple eso de conseguir darle más emoción a mis días antes que optar por llamar a las máquinas demoledoras.

¿Y por qué ya no hace falta llamarlas? Porque sí que siento que algunos/as me aprecian cuando me dedican ratos de su tiempo para leer estas entradas, cuando intentan dedicarme físicamente su tiempo o cuando tienen detalles conmigo. Sería injusto no reconocerlo aunque, como me decía una amiga ayer por teléfono, muchos de ellos estén muy lejos, no en mi barrio, incluso a varios cientos de kilómetros.

El último detalle que han tenido conmigo me emocionó. Me llegó de las Islas Canarias, de Leo, mi amiga de Telde. Otra como Amelia, de la que ya os he hablado. Ella sabe desde que me conoce que los trajes, las corbatas y los gemelos me pierden. No sé qué es lo que ocurre hoy con estos tres oscuros objetos pero es salir a la calle con ellos y automáticamente la gente empieza a preguntar si es que vamos de boda o que si trabajamos en un banco. Necedades, como si uno no pudiera vestirse como se saliera de ahí. El caso es que a Leo no se le ocurrió otra cosa que mandarme la semana pasada una corbata preciosa y muy elegante y un par de gemelos de Emidio Tucci, los de la foto. Y me los ha regalado porque sí, sin estar obligada, porque le ha salido de dentro y le ha venido en gana. Simplemente por amistad, amistad de la auténtica, porque me quiere y porque, por supuesto, espera que vaya de lo más guapo, elegante y chic por las calles de Madrid.

En fin, yo no puedo más que dar gracias a la vida, como cantaba Mercedes Sosa, por toda esta gente que pone en mi camino, que me acompaña en él y que me lo hace más llevadero. Y seguro que, con el tiempo, habrá nueva gente. Gracias Leo y compañía.

Yo suelo decir, quizá con un elevado nivel de exageración, que no digo que no, que el trozo de tierra del mundo que se corresponde con el lugar que se ha dado en llamar España a lo largo de los siglos es el que más tontos por metro cuadrado condensa de toda la superficie del Planeta Tierra. Bueno, y para ser sensatos, también suelo pensar que este suelo es el que más representación tiene de mangantes, chorizos, filibusteros, corruptos y amigos de lo ajeno, trincadores y vividores en general a costa del dinero de los demás.
Reconozco que seguramente no sea así. Indudablemente hay tontos, pero quizá no tantos como parecen a simple vista. Un funcionario malhumorado; una señora que nos atiende mal un día cualquiera; un niñato con ganas de bronca; una jessy insoportable; un político cutre, medio analfabeto y vendido al mejor postor; unos electores que siguen votando tan ricamente a ladrones reconocidos que ocupan las poltronas municipales aun estando castigados y/o sancionados por la Justicia, etc., etc., nos llevan a pensar que todo el mundo, cada uno en su gremio, es igual de estúpido.
Pero ayer quedó demostrado que la tierra española no es el sitio donde más tontos rampantes y ladrones desvergonzados hay por metro cuadrado. Y eso que aquí se escribió El Lazarillo de Tormes. Pero no. Vean ustedes. Ahora, el Imperio de los tontos del culo se ha intentado expandir por toda Europa y, de hecho, ha comenzado haciéndose con el control de un país del Norte, frío y rico al mismo tiempo, una tal Suecia. No se sabe bien por qué y no es fácil buscarle la causa concreta. Quizá han sido las emanaciones gaseosas descontroladas de alguna refinería de petróleo, una explosión sideral, el inicio de una nueva época glacial que está congelando algunos cerebros o una vaca polaca cargada de metano que los ha puesto fuera de sí a los de aquel país. Porque si no, ¿cómo se puede explicar que allí unos señores decidieran ayer conceder nada menos que el Premio Nobel de la Paz al distinguido e insigne Sr. Barack Hussein Obama, a la sazón, nueva vedette internacional?
Después de que la Srta. Leire Pajín pronosticara hace unos meses que en 2010 toda la bóveda celeste se habría de conjugar mejor que cuando ocurrió lo de la Estrella de Belén hace dos mil años para alumbrar las coincidentes y progresistas presidencias de Obama -en Estados Unidos, pues parece mentira que solo gobierna allí- y de Rodríguez Zapatero -en la Unión Europea a partir de enero de 2010-; después de la inolvidable (y retirada) foto de estos dos señores y sus esposas desde el otro lado de la muerte; y después de que hasta el mismísimo Fidel Castro se haya visto anonadado por el halo de luz, al sonrisa Profident y la esperanza que acompaña al Sr. Obama, espero que lo próximo que le concedan a la vedette de la Casa Blanca sea el título de Míster Universo porque él, no cabe duda, es el más guapo.
Sres. del Premio Nobel. Son ustedes unos cachondos mentales. Me reí cuando me enteré ayer. Ustedes han nacido para el humor. Y es por eso que no sé qué concederles, si el Premio Nobel al Peloteo o al Humor.

Estoy en el ordenador, como casi siempre, atento al correo para ver si llegan novedades y noticias sobre el acto que tendrá lugar el día 31 de octubre en mi tierra.


Miro el calendario, aun quedan dos semanas largas para que me vaya. Me desespero, tengo unas ganas locas por ir y olvidarme de los agobiantes Madriles y de estas últimas aciagas semanas que me estoy gozando. Sé que ese viaje me servirá para descansar, desconectar del trabajo y, sobre todo, ver a mucha gente conocida y muy querida. Me gustaría pasar una semana por lo menos, tengo algunas cosas que hacer. Y que no hacer, pues quiero relajarme, no pensar en nada y, al tiempo, pensar solo en mi, en mi vida y en mi futuro. Reflexionar, que se dice. Eso, con el Mediterráneo delante, llenando mis pulmones de brisa salina, se hace mejor. También quiero ver y compartir algunos ratos con personas que me conocen desde que nací y que, por el cariño brindado a lo largo de estos 25 años, los considero como de la familia. Pero también necesito de algún momento de recogimiento, de reencuentro con los orígenes y de "visitar" a aquellos que han ido quedando bajo una piedra blanca. El cuerpo me lo pide. Tengo que hacerlo.

Será una semana intensa, llena de recuerdos y de emociones. Todo ello se verá coronado con el acto del día 31: la presentación en los salones del mejor hotel de la ciudad del primer y único libro que, por el momento, existe sobre uno de los episodios económicos y sociales más característicos del franquismo. Se trata de un libro sobre la Refinería y el Poblado del Valle de Escombreras, en Cartagena.


Allí vivieron mis abuelos y, de hecho, nació mi madre. Aquello ya no existe, pues REPSOL ha iniciado hace pocos meses una salomónica obra de ampliación que hará de esa factoría la mayor de toda Europa. El complejo se levantó a partir de 1942, en colaboración con la CALTEX estadounidense y, desde el principio, fue capaz de producir millones de toneladas de petróleo refinado y productos derivados. Con su flota propia, exportaba sus productos a todos los rincones del mundo. Fue una industria floreciente. La empresa hizo a sus obreros accionistas de la misma y construyó para ellos barriadas enteras de pisos repartidas por toda la ciudad. Teniendo en cuenta que a su lado fueron emergiendo empresas como BUTANO, Hidroeléctrica Española (HE), Enfersa, etc., es fácil comprender el empuje demográfico que experimentó la ciudad en los años '60 y que aquel corazón energético se haya convertido en el que proporciona el 20% de la energía que consumimos en toda España.

Si no fuera por este libro, nada existiría hoy de un poblado que fue arrasado por las máquinas a finales de los años '90. Con él, los autores que hemos participado en su elaboración, aportando textos y cientos de fotografías y recuerdos de la época, saldamos la deuda que la sociedad cartagenera tenía pendiente con la memoria de tanta gente que allí vivió y que, hasta el día 31 del corriente, parecía hacer desaparecido del Valle sin dejar ni rastro. Llegaron a ser más de 2000 almas, casi 3000, repartidas en casi 500 dúplex y plantas bajas, con economato, peluquería, taberna, talleres, cines, casino y todos los servicios de la época; viviendo a la sombra literalmente de la factoría petrolífera.

Os dejo este vídeo de mi amigo Zacarías, para que veáis lo que fue el Poblado. Es un reportaje de la época sobre el Poblado y la Refinería, la política social, educativa y de vivienda de la empresa, etc., aspectos que nos acercarán, a quien le interese claro está, a cómo vivieron los que tuvieron la suerte de trabajar en algunas de las empresas más boyantes en las décadas centrales del siglo pasado.



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Pues bien, el día 31 de octubre tengo -tenemos muchos- una cita con el pasado reciente de Cartagena y, yo personalmente, lo viviré como un encuentro con la historia de mi familia. Me temo que será una semana de muchas emociones.

Uno de los muchísimos recuerdos que tengo de la casa de mi abuela es de la música que a veces escuchaba. Ella era una mujer muy comprometida con la lucha contra las injusticias sociales, militaba en veinte mil sitios y organizaciones y nunca fue ajena a los problemas de los más desfavorecidos de la sociedad. Recuerdo cuando participó en una cadena humana contra una de las varias reformas que se han aprobado en España de la Ley de Extranjería o cuando bajaba a dar de comer a los obreros que se encerraban en los salones de la Parroquia de Santa Florentina, su parroquia, la de toda la vida, en los momentos difíciles de la crisis industrial de principios de los '90.

El caso es que le gustaba mucho escuchar a Mercedes Sosa, "la negra", una de las voces de Latinoamérica, por no hablar de la gran voz en singular, que no tuvo miedo a la hora de enfrentarse a la dictadura de Jorge Videla en su país, Argentina, sabiendo que habría de sufrir represión y exilio.

Hoy, la gran Mercedes nos ha dejado en Buenos Aires, legando a la humanidad hermosos cánticos que ponen los vellos de punta. Entre ellos, sin duda, el más conocido es este bonito canto a la vida, a la que, a pesar de los pesares, debemos siempre considerar como un don que se recibe, que se tiene que cuidar y que se debe comunicar (en palabras del burundiano Mikel Kayoya).



Gracias por esta música, querida Mercedes, por traerme a la memoria a mi abuela y también por haber alzado tu voz contra la desgracia humana ajena y la dictadura. Esa es la herencia que nos dejas, ¡bendita herencia!


He llegado a la conclusión de que no estoy a gusto conmigo mismo. Me encuentro triste, alicaido y, sobre todo, solo. Algo impropio, me da por pensar, para una persona de 25 años que debería vivir con esperanza, con alegría y expectante ante el incierto futuro que se le va abriendo paso. O sea, que tengo que hacer reformas urgentes, antes de que la estructura se venga abajo y lo único que se pueda hacer con ella sea arrasarla.

Yo no tuve una adolescencia fácil. Tuve muy pocos amigos, que eran los que no tenían problema en que se les viera con el empollón de clase, vaya. Pero, poco a poco, aunque éramos como hermanos, han ido desapareciendo de mi vida. Unos porque las cosas y las relaciones se van relajando sin querer o queriendo, vaya usted a saber, y otros porque se fueron a vivir independientemente a otros lugares, algunos incluso muy lejos de Madrid. Y no se volvió a saber de ellos.

Aquellas vivencias de adolescente me hicieron una persona muy autosuficiente y, también, solitaria. Yo me lo guisaba y yo me lo comía porque veía que no podía esperar mucho de unas personas que preferían dejarte solo antes de que se les viera saludando o cruzándose con el empollón de turno.

Ahora, con todas las cosas que me están pasando estos días, me doy cuenta de que la sabia Amelia tiene más razón que un santo. Varias veces he hablado con ella, y ella me dice de hecho, que necesito conocer gente que merezca la pena, abrir mis ventanas ahora que tengo 25 años y dejar que entre savia y aire nuevo. Gente que sepa valorarme como soy y que me permita distinguir matices, notar la diferencia y darle mayor colorido a esta vida gris que llevo de un tiempo a esta parte.

Para mi, dado mi pasado, es como empezar de nuevo. No es una cosa que se diga y que esté echa al minuto. Apenas puedo echar mano de amistades de otro tiempo. Además eso no me satisfaría pues lo que quiero es una reforma estructural en mi vida, "radical" podríamos decir. Un cambio de gentes, de ambientes, de conversaciones, de lugares, de todo.

No hablo de pasar radicalmente de un lado del péndulo al otro, para después recular y volver a donde estoy. Eso sería estúpido. Pero sí percibo que necesito algo nuevo, gente interesante y que me aporten cosas nuevas. Gente con la que me sienta realizado, que me traten de igual a igual, que me traigan aires nuevos y que me devuelvan el optimismo por vivir.

Creo que debería dar por acabado mi idilio con ella. Duró 25 largos años, ya está bien. La seguiré queriendo, no la maltrataré por si acaso no me pudiera deshacer de ella y, sobre todo, por si el tiempo me demostrara que solo ella me puede soportar, que ella y yo nacimos el uno para el otro: ella es la soledad.



Lo que no quiero, en definitiva, es ocultarle que estoy dispuesto a ponerle los cuernos a esta soledad que está empezando a atenazarme y a agobiarme.

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