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Si hace unos días escribía aquí que me gustaba el bacalao y me permitía la licencia de poner una canción para ilustrarlo, hoy compadezco igualmente ante ustedes para decirles que sí, que la mandanga y el chirifú también me vuelven loco.

¿Y qué son la mandanga y el chirifú?, me dirán. Pues muy fácil. Escuchen (tienen que esperar un poquito, no me sean impacientes) y vayan leyendo al ritmo de la música.



LA MANDANGA

-El Fary-

Entré en una discoteca, soy tímido y me asusté,
pibitas que con quince años y los chavales también
hablaban de cosas raras, de lo cual no me enteré.
Les diré lo que decían, les diré lo que decían
por si saben lo que es.

Que dame la mandanga y déjame de tema,
dame el chocolate que me ponga bien,
dame de la negra que hace buen olor,
que con la maría vaya colocón (x 2).

Pasados veinte minutos, sin saber cómo y por qué,
con el aroma del humo yo también me coloqué.
Me dijeron los chavales, ven acá y aplástate,
le pegué a la mandanguita, le pegué a la mandanguita,
se acabó mi timidez.

Que dame la mandanga y déjame de tema,
dame el chocolate que me ponga bien,
dame de la negra que hace buen olor,
que con la maría vaya colocón (x 2).

Me voy pá la discoteca a buscar mi chirifú,
mirad si me pongo bien que creo que soy Kung Fú.
Lo mismo en Valladolid, Toledo que Salamanca,
todo el mundo baila ya, todo el mundo baila ya,
el ritmo de la mandanga.


Imagino que habrá quedado claro. Quizá se note mucho que es viernes y que ya se va haciendo urgente olvidarse de la rutina diaria para pasar a mover el chirifú al ritmo de la mandanga.


Ayer tuvo lugar uno de esos actos ¿simbólicos? con los que estoy cada vez más convencido de que nuestros políticos pretenden demostrarnos una y otra vez que piensan que sus gobernados somos profundamente gilipollas y/o que nos chupamos el dedo. Es el arte, sin duda, de la política de la foto.

Hace unas horas se derribaba, por parte del Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino, un edificio en Playa Honda (Cartagena). La susodicha construcción llevaba en pie quince años y solo era el esqueleto de lo que tendría que haber sido una finca de cinco plantas y ochenta viviendas en su interior. Pero, como ven en la imagen de La Verdad.es, se levantó muy cerca de la línea de costa y, supongo que por eso, se paró la obra. Y, así se mantuvo el monumento a la arquitectura hasta hoy, en estado ruinoso.

El caso es que hoy han ido a saltarlo por los aires. Y, entonces, aparecen nuestros políticos con trompetas, clarines y timbales, intentando demostrarnos que son defensores del medio ambiente, de la naturaleza, de las foquitas, de los osos y de las playas. ¡Lo han hecho, por supuesto, para que el pueblo pueda disfrutar de un bien que es de todos: la playa y el agua del mar! Estupendo. Pero un servidor, que a veces piensa más de la cuenta, se pregunta: ¿cuándo tendrán estos fulanos lo que hay que tener para tirar abajo toda la costa española, empezando por el País Vasco y dando toda la vuelta a la Península hasta terminar en Cataluña que, como sabemos, es más de hormigón que de arena y agua?, ¿solo estaba este edificio sobre la playa o, por otro lado, en todos los rincones costeros del país hay edificios como este?, ¿por qué no tirarmos media Ibiza, otro tanto de Marbella, tres cuartos de Torrevieja y Benidorm y La Manga del Mar Menor enteros?

Y la cosa no acaba ahí, hay más. ¿Por qué, a pesar de la existencia de la Ley de Costas de 1988, podemos apreciar en diferentes puntos del litoral de España enormes grúas de construcción erigiendo edificios de decenas de plantas de altura, mega-hoteles y apartamentos a menos de los doscientos metros a los que dicha Ley obliga?, ¿pero qué mierda es esta?, ¿por qué nos toman por imbéciles?

Como digo, esta es la política de la foto. Hacemos algo inservible, que no suponga conflicto con nadie, ni propietarios ni constructores ni alcaldes, nos hacemos la foto de rigor y nos ponemos la etiqueta de protectores de no sé qué rollos y salvaguardadores de no sé cuántos valores. ¡Váyanse con sus ballenitas y sus rollos ambientales bien lejos, que yo no soy tonto, compro en MediaMarkt!


Vivo en una casa, un piso concretamente, de tamaño normal pero en el que cada uno de sus elementos y muebles bien podrían ser donados para formar parte del futuro Museo Inmemorial de Kosovo. O sea, que lo más nuevo que hay por aquí es mi hermana, que llegó a nuestro lado allá por la primavera de 1989.

Cuando a uno se le salen los grifos de su sitio como si ya se hubiesen cansado de seguir dando vueltas; cuando hay otros grifos que se declaran en huelga indefinida y de los que, por tanto, no cae una gota de agua; cuando la caldera de la calefacción funciona solo los días pares y los impares se dedica a hacer ruidos tan extraños que parece que esto va a dar un zambombazo que nos vamos a convertir en los primeros terrícolas en llegar a Marte; cuando uno advierte que en las paredes que antes fueron blancas hoy se pueden observar unos manchurrones negros de formas tan indefinidas que aquello parece una revelación mariana o la aparición del mismísimo Jesucristo en nuestra casa, etc., etc., es decir, cuando ocurren este tipo de cosas, es señal de que hay que hacer reforma. Reforma integral, esto es, tirarlo todo abajo y volverlo a levantar. Y si, aun así, siguen saliendo manchas, avisar a los del Vaticano, no vaya a ser que no me haga falta meterme en jaleos de oposiciones y pueda vivir convirtiendo mi domicilio y mis paredes santas en polo de peregrinación para la Cristiandad.

La semana pasada decidimos liarnos la manta a la cabeza y empezar a pedir presupuestos. Hice varias llamadas y, desde entonces, hemos recibido a varias empresas y maestros de obras en casa. Yo tengo que estar aquí para tirar de mis padres que enseguida se echan para atrás y les cuesta hacer esto si no es con nuestro apoyo detrás. También hay que buscar casa de alquiler, pues esto se convertirá en un patatal más pronto que tarde y no es plan de convivir con los obreros durante tres largos meses.

El primer obrero que vino era un rumano gordote. Llegó, nos empezó a dar lecciones de maestro de obras, le contamos lo que queríamos hacer y nos echó la bronca de nuestras vidas. Resulta que, desde su perspectiva, todo lo teníamos mal planteado, especialmente el tiempo necesario para que empezara la reforma, y por poco no nos echó de casa a mi madre y a mí y se puso a picar esa misma tarde. Según él, toda la casa debía estar vacía y nosotros en la de alquiler el día 15 de noviembre; una locura. El caso es que se fue corriendo y nunca jamás se supo de él, algo así como si le hubiésemos atacado con Polonio 210. Debe ser que no le gustamos. Los que han venido después sí nos escucharon, tomaron nota de todo y medidas de la casa y de sus dependencias y quedaron con nosotros en pasarnos sus presupuestos. Y les pedimos que trajeran catálogos porque nosotros, incultos que somos, no sabemos diferenciar entre la pintura al estilo espatulato o a las terras venecianas. A nosotros, que nos hablan de ventanas oscilobatientes y de aluminio térmico al 40 % y no sabemos si se refieren a algo de este mundo o del otro.

Ayer vino otro, un rumano. Pero este vino con ganas de pelea, ignorando que soy Socio de Honor de la Asociación de Danmificados del Repollo y que estoy que me subo por las paredes. Nada le parecía bien, no le gustó el pladur que queremos poner como mural en el salón, ni quería que un arco que nos gustaría poner separando el hall del pasillo esté decorado con molduras de escayola para hacerlo más bonito. Y cuando le hablamos de poner pavés en la pared del salón puso el grito en el Cielo, ya que no sabía cómo demonios iba a meter el cableado hasta dentro de dicha sala. Al irse, le pregunté que si trabajaba en fiestas o no (por aquello de empezar en diciembre, que tiene muchas fiestas, o retrasar el comienzo de la obra a enero) y me dijo que trabajaba todos los días menos cuando se emborrachaba. Creo que este hombre no será una buena opción si de lo que se trata es de que nuestra obra dure menos que la de El Escorial.

En fin, ahora me voy a ver si en el mercado algún tendero de la guerrilla albano-kosovar me da cajas de cartón para poder ir embalando ropa, libros y demás enseres. Solo de ver todo lo que tenemos aquí dentro y que todo eso nos lo tenemos que gozar y llevárnoslo al piso de alquiler, me da pánico empezar a hacer cajas. ¿15, 20, 30, 40 ó 50, cuántas serán necesarias? ¡Esto va a ser interminable!


Ustedes, en esta foto, verán simplemente un trozo de un rellano de cualquier edificio de pisos. Yo no.

Ustedes, en esta foto, verán una puerta blindada que les puede parecer más o menos bonita -o fea- pero que no tiene nada del otro mundo. Yo no.

Yo aquí veo a una mujer que, antes de que yo hubiese llegado al rellano, procedente de Madrid, ya había abierto la puerta y aguardaba esperando para verme después de unas semanas o meses echándonos de menos. La veo sonriendo, ataviada con su habitual bata de invierno o de verano, según la estación, comentándome lo mayor y lo alto que me veía pasado el tiempo, asaeteándome a preguntas sobre los estudios, las notas y mis progresos en la escuela, en el instituto o en la Universidad. Todo eso mientras me comía a besos y me abrazaba, espachurrándome lo más fuerte que podía contra su cuerpo, sin dejarme apenas dejar la maleta en el suelo.

Traspasar esta puerta suponía para mí muchas cosas. Esta casa y sus paredes fueron las primeras que conocieron mis ojos. Era algo así como reencontrarme conmigo mismo, con mi pasado, con lo que yo soy. Al mismo tiempo, como digo, era su casa, un remanso de paz. Las temporadas que pasaba con ella me hicieron muy feliz, la pude disfrutar y, sobre todo, dejarme impresionar por su forma de enfrentarse a la vida y a sus reveses. Me enseñó tantas cosas que resumirlas sería tenerles aquí hasta dentro de una semana. Aquí la ví superando dolores, golpes, despedidas desagradables, soledades, etc., sin consentir que la viéramos llorar, pero también la ví disfrutar de un trozo de dulce en mi compañía. Y decía que no necesitaba más. Pero también la vi envejecer, restringir sus salidas a la calle y luchar contra una enfermedad que tenía más fuerza que ella. Todo con serenidad y valentía, sin quejarse, resignándose a lo que le venía según le iba llegando y aceptándolo todo con calma y con la mejor disposición posible, sabiendo que la vida es finita, que la separación es inevitable y confiando ciegamente en que el camino no se acabaría. Eso me emocionaba.

Por eso, cada vez que paso por este rellano, aunque la puerta ya no se abra para mí, yo sigo viendo aquí a mi abuela del alma, esperándome con los brazos abiertos como siempre y con esa alegría que le provocaba volver a ver a su nietecico del alma.

Cementerio de San Antonio Abad (Cartagena).

Lo primero que hice fue ir a verla. No la ví porque es de todo punto imposible, qué más quisiera yo, pero sí que estuve cerca de ella, quizá un poco más cerca y presente de lo que la suelo tener todos los días. Hasta que no llegué al cementerio de San Antón, uno de los varios que tiene Cartagena a su alrededor, no caí en la cuenta de que se trataba del fin de semana en que se celebraba la festividad de los Fieles Difuntos. Todo estaba precioso, flores por todas partes y una marea emocionante de gente que no cesaba.

Me arremangué y escoba y jabón en mano me puse a limpiar la sepultura hasta dejarla blanca reluciente. Después, le puse dos ramos en el florero. Y, cuando acabé, me quedé un rato allí. No estaba haciendo nada pero tampoco me apetecía irme. De hecho, me costó arrancar. Sentía una paz inmensa y estaba muy emocionado. Pensaba que la vida es injusta. Vivimos muy pocos años pero después, al morir, nos pasamos décadas y décadas, siglo tras siglo, debajo de una losa de mármol. Y, conforme se van muriendo los descendientes, ya nadie sabe acerca de los que allí reposan, dónde vivieron, cuántos hijos tuvieron, etc., pues pocos son los que acostumbran a dejar escritas sus memorias y autobiografías. La memoria de sus días, por tanto, está condenada a desaparecer. De hecho, según llegaba al lugar donde se encuentra nuestra sepultura, pude ver la gran cantidad de tumbas abandonadas, algunas incluso sin losa de cubrición y otras en muy mal estado, denunciando que sus familiares se han olvidado de los que allí dejaron hace muchísimos años.

Una vez hube limpiado todo, me senté en la sepultura de enfrente, cuyos familiares no habían ido aun a arreglar para la ocasión. De repente, me acordé del famoso texto de San Agustín y casi lo pude recitar de memoria. En ese momento, vivir para morir años después me pareció una idiotez y me dio por pensar que quizá el santo tuviese razón y yo, cuando me toque, pueda dejar de sufrir pensando que no voy a ver más a mi abuela. Quizá entonces la vea resplandeciente, dominando el horizonte, capaz de transitar senderos y calles sin ser vista, contemplando la luz y la inmensidad, sin dolores y sin sufrimientos terrenales, vestida de blanco celestial.

La quise, pensaba yo, con locura. Nadie en la familia la quiso y se desvelaba por ella como yo, eso seguro. Y, se me antojaba a mí, de eso no quedó nada. Me duele no poder verla más, no poder saber de ella, no escuchar su voz, no poder entrar en su casa, no escuchar sus consejos y sus memorias o tener que conformarme con solo limpiarle la sepultura de seis en seis meses. ¡Con lo que nosotros fuimos hace año y medio! Habrá que tener esperanza y quizá, como dejó escrito el sabio de Hipona, cuando la muerte venga a romper la ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaban, y cuando un día que Dios ha fijado y conoce, tu alma venga a este Cielo en que te ha precedido la mía, ese día volverás a ver a aquella que te amaba y que siempre te ama, y encontrarás su corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme, pero transfigurado, en éxtasis y feliz, ya no esperando la muerte sino avanzando conmigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de la luz y de la vida, bebiendo con embriaguez de un néctar del cual nadie se saciará jamás. Enjuga tu llanto y no llores si me amas.

Ojalá sea así y esta separación solo sea temporal.

PD: ya estoy de vuelta. Me alegro de veros por aquí de nuevo. Un abrazo para todos.

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