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Tengo la seguridad de que, si hubiese tenido la oportunidad de hablarme antes de partir, mi abuela me habría dicho algo parecido a lo que viene a decir el texto anónimo que, más abajo, acompaña a esta entrada. Lo sé porque cuando surgía la conversación, si bien fue en ocasiones contadas, acostumbraba a ponerse muy seria y siempre, siempre, siempre, me decía que lo último que yo tenía que hacer era ponerme triste o llorar por ella. Si bien tampoco me iba a alegrar, al menos debía tener la tranquilidad y la confianza de que ella pasaba a estar donde le correspondía después de haber vivido su vida. Me decía que, a pesar del momento, tenía que intentar alegrarme porque nuestros caminos se hubiesen cruzado y porque habíamos aprendido y compartido muchas cosas juntos.

Me aconsejaba también que no dejase de vivir mi vida, que no me paralizase, ni me deprimiese, que no enfermase, ni que dejase de hacer lo que tuviese que hacer en cada momento después de su partida. Me pedía que no me preocupase por ella porque allá donde algún día se tendría que ir, no iba a estar sola, ni por supuesto me iba a dejar solo a mí. Ella sería, desde entonces, como un ángel de la guarda. Siempre me acompañaría hasta el final de mis días y, en cualquier momento que guardase silencio, podría incluso escuchar sus susurros en mi corazón y, de este modo, hablar con ella cuantas veces quisiera.

Y todo ello sería así porque, cuando se fuese de mi lado, ella iba a estar más viva que nunca, más resplandeciente que nunca. Que confiara y que me armara de una esperanza gozosa porque en la muerte no estaba su final. No había final, solo la continuación de una vida más plena, más feliz, sin dolores, sin ataduras físicas y sin dependencias materiales. Una continuación transformada, pero continuación a fin de cuentas. Que no la buscase en cementerios, ni en esquelas, ni debajo de sepulturas, ni a través de oraciones lúgubres, sino en el mundo de los que viven. Que ella se iba para vivir, para hacerlo llena de vida y de luz. A esperarnos allá, con todos los demás, para después no separarnos nunca más.

Y yo, débil como soy, no la hice mucho caso. Y se lo sigo sin hacer porque, de hecho, habiendo pasado ya dos años, me sigo emocionando al recordar cualquier cosa relacionada con ella y no hay una de estas entradas o una conversación con alguien que no se vea acompañada de alguna que otra lágrima o de mi voz que se va entrecortando y ahogando poco a poco. En estas situaciones, parece como si ella misma se acercase a mí y me susurrase al oído lo que hasta aquí he escrito o lo que viene a continuación:

"Si me voy antes que tú, no llores por mi ausencia, alégrate por todo lo que hemos amado juntos. No me busques entre los muertos, en donde nunca estuvimos; encuéntrame en todas aquellas cosas que no habrían existido si tú y yo no nos hubiésemos conocido.

Yo estaré a tu lado, sin duda alguna, en todo lo que hayamos creado juntos. En nuestros hijos, por supuesto, pero también en el sudor compartido tanto en el trabajo como en el placer y en las lágrimas que intercambiamos. Y en todos aquellos que pasaron por nuestro lado y que irremediablemente recibieron algo de nosotros y que llevan incorporado -sin ellos ni nosotros notarlo- algo de ti y algo de mí.

También nuestros fracasos, nuestra indolencia y nuestros pecados que serán testigos permanentes de que estuvimos vivos y no fuimos ángeles, sino humanos.

No te ates a los recuerdos ni a los objetos porque donde quiera que mires que hayamos estado, con quien quiera que hables que nos conociese, allá habrá algo mío. Aquello sería distinto, pero indudablemente distinto, si no hubiésemos aceptado vivir juntos nuestro amor durante tantos años; el mundo estará ya salpicado de nosotros.

No llores mi ausencia porque solo te faltaría mi palabra nueva y mi calor de ese momento. Llora, si quieres, porque el cuerpo se llena de lágrimas ante todo aquello que es más grande que él, que no es capaz de comprender, pero que entiende como algo grandioso porque cuando la lengua no es capaz de expresar una emoción, ya solo pueden hablar los ojos.

Y vive. Vive creando cada día y más que antes. Porque yo no sé cómo pero estoy seguro de que desde mi otra presencia yo también estaré creando junto a ti; y será precisamente en este acto de traer algo que no estaba donde nos habremos encontrado. Sin entenderlo muy bien pero así, como los granos de trigo que no entienden que su compañero muerto en el campo ha dado vida a muchos nuevos compañeros.

Así, con esta esperanza, deberás continuar dejando tu huella para que, cuando tu muerte nos vuelva a dar la misma voz, cuando nuestro próximo abrazo nos incorpore ya sin ruptura a la única creación, muchos puedan decir de nosotros: si no nos hubiésemos amado, el mundo estaría más triste".

Anónimo.

PD: Son las 16:30 horas de la tarde de dos años después. A esta hora, cuando comenzaba a llover fuertemente sobre Cartagena, habiéndose puesto el cielo muy oscuro y siendo casualmente Jueves Santo, se me marchó, apoyada sobre mi brazo que la mantenía incorporada para que pudiera respirar mejor, con mis labios besando una de sus mejillas y mis lágrimas fundiéndose en ella.

4 guarrindongos tienen algo que decir:

No te das cuenta q no se ha ido? Siéntela, está contigo.
Un besico.

20 de marzo de 2010, 21:25  

Que tierno amigo... me encanta tu forma de ser y de sentir.
Emociona sólo de leerlo. Me imagino como fue escribirlo.
Tenía que estar orgullosa de su nieto y aunque no soy mucho de religiones ni del más allá, ójala exista algo para que te vea lo cojonudo que eres.

Un abrazo.

21 de marzo de 2010, 16:48  

Mi querido JF, me ha emocionado mucho leer este escrito anónimo, el cual comparto totalmente. Sé que ella está feliz al ver que esta belleza llegó a tus manos. Visito poco, pero no olvido a nadie, cualquier día me entraran las ganas de andar por aquí, por lo pronto, vengo a ratitos. Te dejo mi abrazo sincero.

22 de marzo de 2010, 0:55  

Eres un ser especial.
Y hoy te dejo tan sólo mis lágrimas de emoción tras leerte.
Mil besos

23 de marzo de 2010, 0:02  

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