Ella, a pesar de sus defectos, de sus rarezas, de que los nervios le pierdan a veces y de que le cueste comprender por qué hago lo que hago y me dedico a lo que me dedico y de nuestras eventuales discusiones -nadie es perfecto-, lo es todo. Lo ha sido todo y lo seguirá siendo, intuyo. Porque es insustituible. No la pude elegir pero, aun así, siempre estuve encantado con el regalo que me dio la vida con ella. Y, por supuesto, con todo lo que me fue dando de material, de espiritual, de cultural, de humano y en todos los demás aspectos de esta vida a la que tenemos que enfrentarnos sin conocimientos ni experiencias previas. Nacemos y, ea, a defenderse. O mejor dicho, que nos defiendan. Porque si no fuera por ellas no sobreviviríamos ni media hora. Todo es nuevo, ni siquiera llegamos vestidos o capaces de hacer nada, totalmente indefensos. Vamos creciendo y no sabemos si esto o aquello saldrá mal o bien, si tendremos suerte o si fracasaremos, pero en su compañía es todo más fácil o, al menos, llevadero.
Es el consejo sabio, la palabra adecuada, el aliento perfecto, la enciclopedia de la experiencia, Licenciada en la vida y en su familia por la Universidad de la Costumbre, la sargento mejor y el guardia que vigila para que no me desvíe, ni me haga(n) daño. Es la mejor defensa, la máxima autoridad y el gesto cariñoso que, a cambio de todo lo que hace sin ganar un sueldo, solo pide un beso. Esa que trabaja noche y día y nunca descansa, la que más tarde se acuesta y la que antes se levanta. De la mesa al tendedero, de la cocina al mercado, desde que desayuna el primero al último que se levanta; derramando su grandeza de mujer de acá para allá. Son las piernas cansadas y las manos en las que ya asoman las primeras arrugas, el cuerpo lleno de cicatrices pero capaz de volverse a levantar una y otra vez y, también, el cuerpo que carga con la cruz y los disgustos de todos nosotros. Pero nunca se le oye quejarse.
Es mi universo particular, la estrella que más brilla, mi despertador, mi agenda, mi secretaria, mi casera, mi psicóloga, la despedida cuando salgo de casa y la bienvenida cuando retorno, la reina de la casa. Siempre está ella. Pase lo que pase, haya sido un día malo o bueno, siempre está ella para recibirme y, a veces, para que descargue sobre ella toda nuestra ira contenida, mis decepciones del día, mis frustraciones y mis impertinencias y mal genio. Pero tampoco se queja, lo acepta como parte de su función. Y todo lo olvida, nunca lleva la cuenta de nada, no me reclama ni daños ni perjuicios. Y es que desde pequeña no le enseñaron sino a trabajar y a resignarse, a aguantarlo todo y a sacrificarse por los demás.
Nunca se queja, nunca pide nada, nunca necesita nada, nunca se le escucha, siempre se resigna. Sabe que sin ella nada sería igual pero siempre que puede se resta importancia, desaparece, no quiere ser protagonista. Pero está en todos lados. En sus comidas y cenas, siempre atentas y gratuitas; en la ropa limpia y planchada que cuelga de mi armario, en los aseos limpios como una patena, en la casa ordenada, en todo lo que parece perfectamente colocado y bien ambientado y perfumado. Y, aunque se vaya, sigue estando presente en los tupper de comida que deja hechos, en las llamadas de teléfono para saber cómo estamos pasando el día y en todas las indicaciones que deja para que encontremos a la primera todo aquello que necesitemos.
Ella siempre está y da vértigo imaginarse la vida sin ella. También me lo daba cuando pensaba en la vida sin otra persona -la que la trajo al mundo- y, la verdad, no me adapto. Me acostumbro, qué remedio me queda, pero no me adapto, me resulta muy complicado. Aun así, ella también está todos los días, me habla, la siento, me acompaña a todas partes, lo mismo la veo en un árbol que en un libro. Y es que, además, me dio una casa, una familia y, sobre todo, una abuela -una súpermadre- consentidora, más que madre, más que abuela, lo más hermoso que he tenido en mi vida. Porque, como suelo decir yo, ¿qué sería de la vida sin abuelas consentidoras, sin esas abuelas que nos hablan casi susurrando, que nos comen a besos, que desean pasar tiempo con sus nietos, que los malcrían y les dan todos sus caprichos, que los adoran, que presumen de ellos? Por ella estoy aquí, por ella me conocen ustedes, por ellas soy como soy. Ella me hizo y me acompañará en mi caminar hasta que ella o yo, quién sabe, se vaya primero de este mundo.
Ella siempre está aquí y clavada en mi corazón, sabiendo que es insustituible y que madre solo hay una. Y como su amor tampoco hay otro igual. Mañana, 2 de agosto, es su cumpleaños y la quiero felicitar porque siempre me colma de todo lo mejor. Gracias por la vida y solo espero que hoy disfrutes de tu día porque es solo tuyo.
Solo tuyo, mamá. Muchas felicidades y que cumplas muchos más.
Muchas felicidades para tu mamá, si lee esto (espero que si) se tiene que sentir muy orgullosa de ti, tanto como lo estaba tu abuela. No me quejo de mis hijos, pero me encantaría que me escribiesen una carta como esta. En ella reconoces muchas cosas que hacemos las madres sin pedir nada a cambio, somos humanas, algunos días daremos la lata, pero que no le pase nada a nuestros niños (siempre serán niños) porque mataríamos por ellos. Espero que mañana pasen un día muy feliz. Besitos.
Felicidades a tu mami. No sé si ella leerá este texto, sólo te digo que, como madre que soy, a mí me encantaría leerlo si mi hijo lo hubiera escrito. Eres todo generosidad, un buen hijo, una buena persona. Y me alegro de intuir que las cosas mejoraron. Un besote
Se nota que tu madre te ha enseñado buenos valores y de tal palo tal astilla. Es una entrada preciosa, muy tierna y sensible, ojala muchos hijos escribieran así a su madre. Sólo me queda decirte que la cuides mucho porque siempre estará, porque siempre será tu consejera y tu paño de lágrimas. Felicítala en nombre de tus amigos que estamos también aquí.
Muchas felicidades a tu mami por su cumple, y muchas felicidades a tí por el regalo de tenerla. Es un post supertierno.
Besicos.
Sara Royo dijo...
1 de agosto de 2010, 19:33
Muchas felicidades para tu mamá, si lee esto (espero que si) se tiene que sentir muy orgullosa de ti, tanto como lo estaba tu abuela. No me quejo de mis hijos, pero me encantaría que me escribiesen una carta como esta. En ella reconoces muchas cosas que hacemos las madres sin pedir nada a cambio, somos humanas, algunos días daremos la lata, pero que no le pase nada a nuestros niños (siempre serán niños) porque mataríamos por ellos. Espero que mañana pasen un día muy feliz. Besitos.
Pepi dijo...
1 de agosto de 2010, 20:23
Felicidades a tu mami. No sé si ella leerá este texto, sólo te digo que, como madre que soy, a mí me encantaría leerlo si mi hijo lo hubiera escrito.
Eres todo generosidad, un buen hijo, una buena persona.
Y me alegro de intuir que las cosas mejoraron.
Un besote
Reflexiones de Emibel dijo...
1 de agosto de 2010, 23:53
Se nota que tu madre te ha enseñado buenos valores y de tal palo tal astilla.
Es una entrada preciosa, muy tierna y sensible, ojala muchos hijos escribieran así a su madre.
Sólo me queda decirte que la cuides mucho porque siempre estará, porque siempre será tu consejera y tu paño de lágrimas.
Felicítala en nombre de tus amigos que estamos también aquí.
Besos
Princesa115 dijo...
2 de agosto de 2010, 16:31
Muchas felicidades para tu madre.
A veces las grandes olvidadas, un abrazo.
David dijo...
3 de agosto de 2010, 17:38
Llego super tarde... pero vamos, mi felicitación para tu madre, y dile que tiene un hijo super majo, sensible y acojonante.
Abrazos.
emilio dijo...
6 de agosto de 2010, 20:25