Es un verdadero placer volver a abrir el blog y poder saludarles de nuevo después de la prueba a la que ayer me sometió el Maligno. Debo decir que sigo con vida aunque tampoco ocultaré la dificultad de lo que tuve que superar. Les cuento.
Cuando acabé de escribir la entrada anterior me fui a mi habitación a leer. A ver si así podía distraer mi cabeza de tanta aguja y, por otro lado, estirar mis entonces ya entumecidos, doloridos y encogidos brazos. Y tanto me relajé que acabé durmiéndome al poco rato y así seguí hasta 45 minutos antes de la hora en que estaba citado para comparecer ante el tribunal diabólico.
En este caso, fue mi paciente y sufrida madre la que prefirió acompañarme. Ideé un plan al levantarme. Me dije: -Voy a ver si respirando hondo desde este momento llego menos nervioso al averno (el centro de salud). A ver si se nota que tenemos ya 25 años y sorprendo a propios y a extraños sin dar el numerito una vez más. Comencé a respirar pausadamente, pero enseguida comprobé lo difícil que me resultaba abrocharme los botones de la camisa con temblores en las manos como los del Parkinson porque, aunque respirara relajadamente, mi mente solo pensaba en agujas y más agujas. No obstante, logré vestirme y calzarme, actividad ésta última con la que por poco no me tuvieron que poner oxígeno del ímprobo esfuerzo que tuve que realizar. Y esperé a que mi madre terminara de desayunar, que no hay cosa que más me moleste que salir a la calle sin desayunar. Es como si me faltase algo esencial para vivir.
En la calle nos encontramos con un frío siberiano terrible. Yo ya no sabía si temblaba de frío o de nervios. Les comentaré que es harto complicado andar muerto de temblores sobre el agua nieve resbaladiza que había caido durante la noche; parece que vas bailando la culebra sexy a las ocho de la mañana. Y llegamos al centro de salud. Allí nos topamos con una mujer mayor que se apretaba la parte media anterior del brazo. O sea, que ya la habían pinchado. Suertuda que era. Y estaba sonriente, extasiada de felicidad. Estaba sentada al lado de la puerta detrás de la cual se escondía el Maligno, la Maligna en este caso. La puerta estaba abierta y se oían voces demoníacas. La Maligna estaba a lo suyo, pinchando a otra mujer que, a su vez, hablaba jovialmente mientras le extraían la sangre. ¿Cómo será capaz esa mujer de hablar en esa tesitura?, debe estar también poseida, pensaba yo.
Yo ya estaba fuera de mí, blanco como la nieve del suelo, bailando la lambada de los nervios, encogido sobre mí mismo y mi madre diciéndome: -El próximo eres tú, pasas y yo te espero aquí fuera.
-¡Que te lo has creído; tú pasas conmigo como que me llamo JotaEfe! Y me atreví a decirle:
-Además, no te preocupes, desde que salí de casa estoy desarrollando un plan estratégico para no ponerme nervioso. Ya verás lo bien que me va a funcionar; no me voy a poner nervioso, va a parecer que tengo 25 años. Y quizá ya no tengas que volver nunca.
-A ver si es verdad, hijo, que ya va siendo hora de que dejes de comportarte como un crío chico.
Inocente de mí, yo no sabía lo que se me venía encima. A todo esto, sale la parlanchina señora que antes comenté, miro a la izquierda, miro a la derecha y no había nadie entre ella y yo. O sea, me tocaba. En ese momento, mi estrategia se fue a la mierda. El caballo se terminó de desbocar. Toda la fila de asientos de plástico temblaba a mi compás. Y a todo esto, mi madre:
-Ya veo lo tranquilo que estás. Vamos, pasa, a qué estás esperando, que te toca, no podemos tirarnos aquí toda la mañana.
-Cállate, mujer. Tendrá que llamarme la enfermera. ¿Tú puedes entender que haya alguien en el mundo a quien le guste esta profesión y vernos sufrir?
Y mi madre, que no se paró a escuchar mi pregunta, se asomó a la puerta y la Maligna dijo: -Pasa. Pasó mi madre y, después, yo. De tal forma, hubo que explicarle a la enfermera que a quien tenía que sacar sangre era a mí, no a mi madre. Y me preguntó el nombre. Yo le dije que no tenía volante, a ver si así me podía escaquear, pero me dijo que los médicos ahora no hacen volantes, que todo va por ordenador y que ella ya sabía lo que me tenía que sacar.
-¡Mierda, de esta no me salvan ni el Santo Niño de Mula, ni la Cruz de Caravaca!
La Maligna era joven, de mi edad, nieta de una conocida de mi madre y que tiene fama de pinchar muy bien. De hecho, está sustituyendo a la enfemera "titular" y todo el mundo está aprovechando ahora para hacerse los análisis con ella porque la otra, es verdad, tiene una forma un tanto rara y dolorosa de pinchar. Yo, desde luego, no aprovecharía ni con la una, ni con la otra, pero hay gente muy rara por la vida. El caso es que yo nada más que pensaba en eso, en lo que me había dicho mi hermana, que pinchaba fenomenal y que ella ni siquiera se enteró, -fíjate lo bien que pincha, hermano, no te preocupes.
Total, la enfermera me pidió que me sentara si quería hacerme el análisis antes de Nochevieja, que ella tenía que salir del trabajo a las 14.00 horas. -Empezamos bien, pensé, qué capacidad de empatía más grande. Me arremangué el brazo derecho y lo puse sobre la mesa al tiempo que emití un suspiro que se oyó hasta en Montpellier. Ella se me quedó mirando por encima de sus gafas de miope y me preguntó: -¿Qué es lo que te pasa?
-Pues verá usted, que le tengo pánico a las agujas. Así que, si no es mucho pedir, píncheme bien y no me haga mucho daño.
-Te noto muy nervioso, me dijo. -Para percibirlo no hace falta ser Licenciado en Medicina, alegué. -Bueno, siguió ella, lo que tienes que hacer es relajarte. Baja el brazo, dale unos meneos, déjalo muerto y vuélvelo a poner encima de la mesa. Obedecí y volví a colocar el brazo. Ella se puso a buscarme la vena y me dijo que la tenía muy buena, que iba a ser muy fácil. Mujer, pensaba yo, porque no me conoces, que si no sabrías que todo lo que se esconde en mí es de primeras marcas y de la mejor calidad. Ella se quejaba de que, por los nervios, yo le estaba escondiendo la vena. Y que me arriesgaba a que me la rompiera con la aguja. Yo le decía que me disculpara, que no lo podía controlar y que si de pequeño me tenía que sujetar entre tres enfermeras y no me rompían nada, pues que menos me iba a romper ella. ¡Oh, Dios mío!, ¿Por qué me has abandonado?, ¡Perdónala, porque no sabe lo que hace!, suplicaba yo.
Y ella seguía quejándose, -¡que no me escondas la vena! Y yo retorcido en la silla, sin querer mirar para adelante. No sabía quién me estaba poniendo más nervioso, si ella o la aguja. Ella tirándome del brazo para sí y yo tirando del brazo para mí. -¡Así no te puedo pinchar! Y, de repente, sentí un pinchazo. Y yo retiré el brazo, movimiento institivo. No resultó ser la aguja, había sido un pellizco de la Maligna. Yo ya no podía más. Estaba exhausto, sudando. Su mirada lo decía todo, no hacían falta las palabras. Llevábamos ya cinco minutos en la sala y no había sacado ni una gota de sangre. Y, sin embargo, parecía que yo estaba de parto.
Bien, tranquilicémonos, abuela sácame de esta, pensaba yo. Volví a poner el brazo en la mesita sobre la que ya descansaban los dos tubos y la aguja. ¿Tantos años, milenios, de evolución para morir delante de una aguja?, ¡Si mis antepasados cazaban mamuts y le hicieron la guerra a Roma! Algo falla, pensé. La enfermera volvió a palpar y, ni corta ni perezosa, me dio la estocada. Mi respiración se oía en Moscú. Y la chica seguía a lo suyo: -¿Ves, ves? Me escondes la vena y no sale la sangre. Me sacó la aguja y me la volvió a meter un poco más abajo. Y seguía igual: -¿Ves, ves? ¡Es que así no puedo sacarte nada! E, indignada, sacó la aguja, la tiró a la papelera y me pidió el otro brazo. Y yo pensaba:
-Mira si soy gilipollas que me voy a llevar tres pinchazos por el precio de uno. A todo esto, el ahora abandonado brazo me dolía como un demonio. Me preguntó si quería tumbarme. Yo le dije que no, que lo que quería era que acabara con el martirio. Me arremangué el otro brazo, me buscó la vena y me pinchó tan desacertadamente que por poco no le arranqué el abrigo a mi santa madre con la fuerza que le hice con la otra mano. Y cuando llenó los dos botecitos, me sacó la aguja y me sentí el hombre más feliz del universo; la evolución había triunfado, Asdrúbal (el general cartaginés, no el novio de la tal Bibiana Fernández) podía estar contento de su descendiente.
La enfermera resopló también, comprobando que no había sido necesario internarme en la UCI y que todo había pasado. El caso es que me llevé tres pinchazos, dos en el brazo derecho y uno en el izquierdo, por el precio de uno. Y, para congraciarse conmigo, me confesó:
-No te preocupes que, cuando me pinchan a mí, me desmayo redonda al suelo.
-¿Y te dedicas a pinchar a la gente?
-Si, ya ves las cosas que tiene la vida.
-Pues como yo me tuviese que dedicar a esto, iban apañados mis pacientes. Si tú me has dejado manco de los dos brazos, hazte una idea de lo que haría yo con ellos. Acababa con la guerrilla albano-kosovar en menos de una semana.
La madre Ana! jajajaja Eso te pasa por esconder la vena jajaja Ay que bueno.
A mi, una asesina del hospital me pinchaba, y con la aguja dentro hurgaba la muy cabrona hasta dar con la postura buena para que saliera la sangre. Ahora la tengo calada y cuando he tenido que ir posteriormente, he buscado a otra que me lo hiciera.
Un truco es soplar al mismo tiempo que te pinchan. Así destensas y duele menos.
Besos
Ardilla Roja dijo...
17 de diciembre de 2009, 21:58
Ay joteFe !!! Que mejor me voy que me estoy marenado un poquito jajajaaja.
Besitos de Mora!!!
Dedicatorias dijo...
17 de diciembre de 2009, 23:27
Dios! qué estrésssssss! jajaja
Espero que no te toque hasta dentro de mucho tiempo, menos mal que no vas a traer en tus carnes descendencia al mundo que si no...:P
Muaksss!
una más... dijo...
18 de diciembre de 2009, 11:46
¿Pero lo tuyo no era un análisis de sangre?, con tanta tensión como pones al asunto parecia una operación a corazón abierto, jeje. Exajerao que eres.
Besinos superviviente de la sanidad.
FABIA dijo...
18 de diciembre de 2009, 16:34
Genial.
David dijo...
18 de diciembre de 2009, 18:15
Lo ves cielo, prueba superada.. Sabia que podías, eres un superviviente y valiente.
Pero .... eh!! Me debes el desayuno, que no olvido, jajajaja
Mil besitos corazón
Silencios dijo...
19 de diciembre de 2009, 23:56
Ni te imaginas lo que me he reído, me imagino a tu pobre madre, que ya es compañera de fatigas, a mi hijo este análisis no es en el ambulatorio y ya me preguntó que si tenían camilla, le dije que ni idea, entonces me contestó, pues mira lo siento por la persona que me pinche, pero si no hay camilla, me acuesto en el suelo directamente, pero no pienso darme un porrazo si me desmayo. Así que como verás ya lo tiene asumido, me da que lo tuyo es peor, espero que en muchos años te tengas que hacer otro. Besitos.
Pepi dijo...
20 de diciembre de 2009, 18:05
pero fuiste un campeón, y lo superaste con mucho exito, un abrazo, juanito, se te quiere mucho
amelia dijo...
21 de diciembre de 2009, 16:16
jajajajaja.
Gracias JotaEfe, pero verás el último escrito va dedicado en cuerpo y alma a todos los blogeros, es mi forma particular de agradecer y felicitar las fiestas.
Besos cielo
Silencios dijo...
21 de diciembre de 2009, 21:06