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Para seguir el camino no quiero cargar con maletas grandes, ni arrastrar enormes cajas repletas de mil trastos, ni ataduras físicas y morales, ni dolores, ni pesares. No quiero nada que empañe mi camino, que oscurezca la sonrisa de un niño, la compañía de un amigo, unos ojos alegres, el ir y el venir de las olas del mar o la belleza de una hermosa chica. Me gustaría seguir embobándome con la risa de alguien, congratulándome con la amistad que surge casi sin querer e inocentemente entre dos personas, despistándome con la estela y el perfume que deja tras de sí alguna muchacha, sentarme en la playa y ver el mar y sus barquitas pasar mientras los pescadores echan las redes, así como extender una toalla en el campo y disfrutar del cielo azul y las hojas verdes en los árboles o ya marrones sobre el suelo del otoño. Y contigo a mi lado. Amar contigo, estar contigo, mirar contigo, llorar contigo, ganar contigo, perder contigo, escuchar contigo, vivir contigo. Hacerlo todo contigo. Serlo todo contigo.

Quiero ser faro que atraiga a mi puerto buenos sentimientos. Quiero ser el dueño de una finca donde los huéspedes disfruten de la estancia y lleven un buen recuerdo cuando se dispongan a seguir su camino. Quiero que mi casa sea la de los corazones abiertos, la de la simpatía, la bondad y donde todos colaboremos en la tarea de reducir al mínimo los peores instintos y comportamientos humanos y donde nadie esconda nada maloliente en los armarios. No quiero amores de prestado, ni amores canónicos, ni amigos de compromiso, ni favores a devolver, ni malos gestos, ni mi alma dormida, ni noches en soledad, ni dejar de caminar, ni ser bien visto, ni ser previsor y no vivir lo inesperado, ni Madrid sin ti, ni amor terminado, ni pasión acabada, ni esperas dolorosas, ni finales inesperados. Quiero ganas de vivir, sembrar, compartir y estar siempre preparado, con mis manos y mi ánimo dispuestos por si a alguien le resultan de ayuda y para no tener que ver cómo escapan las personas importantes.

Quiero ir ligero de equipaje. Y descalzo para no olvidar que tengo los pies sobre la tierra y que somos lo que somos, sin adornos, complementos, ni riquezas. No quiero glorias, ni tener o recibir consideraciones especiales, ni mucho menos crear conflictos, ni hundir a nadie por culpa de la soberbia. Ni quiero nombres, ni recibir vanos piropos, ni vacía palabrería. Ni vanidad, ni orgullo, ni pecado. Quiero ser sutil, ingrávido, desprendido, generoso, comprensivo, buen escuchador, apasionado, del vulgo y gentil. Algo así como una pompa de jabón en medio de los demás.

Sí quiero algunos complementos para este año, pues se hace difícil transitar con este frío atroz. Solo quiero como complementos a aquellos que me acompañan, se acuerdan de mí, me llaman y me brindan su cariño, calor y amistad. Es, creo, el complemento que mejor me sienta de todos.

Y si tengo que morir o ver morir, que sea de amor. Porque, como canta Sabina, amores que matan nunca mueren.

Y, así, pasar haciendo camino al andar llevado del viento y de la mano de los que quiero para aminorar lo amargo del camino, los desengaños, la desesperanza, el dolor. Y no tener que volver la vista atrás. Tener siempre motivos, soñar en las noches de luz de luna, gritar sin gritos y llorar sin lágrimas, peregrinar, seguir, ilusionar, buscar, no parar. E ir ganando cada día de 2011 para mí y para tí.



FELIZ 2011 PARA TODOS

NB: Debo agradecer a mi amiga Leo que esta tarde me haya enviado un vídeo precioso, el que ustedes pueden ver aquí. Se trata del poema que Antonio González, el poeta descalzo, escribió en el paseo marítimo de Las Palmas de Gran Canaria. De hecho, la entrada se me ha ido ocurriendo según lo veía y leía y puede decirse que ésta viene a ser una adaptación o utilización de algunos de sus versos para mi entrada. Con el debido respeto al autor.

De ninguna manera he olvidado nuestro concurso. Lo que ocurre es que, con el ajetreo de las fiestas navideñas, de comprar los regalos de Reyes y de tener que estudiar, trabajar y pretender descansar algo, todo se me junta y al final estoy menos por aquí que antes de las fiestas.

Pero hoy tengo el gusto de presentarles otro participante, el primero de diciembre y seguramente el último. Se trata de


MONSEÑOR JUAN ANTONIO REIG PLÁ,
PRESIDENTE DE LA SUBCOMISIÓN DE FAMILIA Y VIDA
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA (CEE)
Y OBISPO DE ALCALÁ DE HENARES.


El referido prelado ha dicho hoy, en la presentación de la Misa de Familia del próximo 2 de enero, que en los matrimonios constituidos por la Iglesia hay menos violencia de género que en los civiles y entre las parejas de hecho y no digamos entre aquellos que viven en pecado, arrejuntados, sin casarse ni nada. Esos ya se muelen a palos desde que se levantan hasta que se acuestan, al parecer. Algo así como que la violencia surje especialmente en los procesos de separación y de divorcio, so pena del drama que toda separación supone también para los niños de la pareja afectada, que pierden su referencia paterna o materna y en sus mentes se forman un pifostio de tres pares de narices y lo mismo hasta se hacen homosexuales o inestables sexuales. Y, claro, como cada vez hay menos gente yendo a Misa y casándose por la Iglesia, resulta que las cifras de asesinadas suben y suben año tras año como la espuma. No sé si este argumento se atiene a algún tipo de dato estadístico que lo corrobore pero, sencillamente, me parece una gilipollez. Propia de los Santos Inocentes que celebramos mañana.

La violencia entre hombres y mujeres no depende, creo yo, del tipo de unión que haya entre ellos sino de otras muchas cosas más importantes como el querer dominar o el ánimo de hundir la vida cuando se observa que la pareja no pasa por el aro y pretende desarrollar su vida con independencia del cónyuge. Imagino que muchas parejas de hecho o personas que convivan sin estar casadas se amarán con locura y no se les ocurrirá tocarse un pelo. Porque para amar no hacen falta papeles, que ya lo cantó Pablo Milanés. Solo se necesita amor. Y ganas de entregarse, de sacrificarse, de dar libertad, de convivir, de aprender, de crecer juntos, de compartir cosas, de respetar al otro, de verse reflejado en él, etc.

O sea, lo normal cuando se ama. De acuerdo con el argumento del prelado, entiendo que cada vez que haya un caso de violencia de género deberá ir un cura a la casa de turno a comprobar si la pareja está canónicamente casada y, si no es así, echar las bendiciones pertinentes y dejar a continuación que reine la paz por los siglos de los siglos.

Y, por supuesto, qué ciegos están nuestros gobernantes y ministros. Con lo fácil que es solucionar el problema: casémonos todos por la Iglesia y asunto arreglado. Hemos acabado con la violencia de género. No podía haber mejor noticia para acabar este 2010 de setenta y pico muertas a nuestras espaldas.

Enlace:
http://noticias.terra.es/Actualidad/FichaComentarios.aspx?itemUrl=/2010/espana/1227/actualidad/la-cee-vincula-la-violencia-de-genero-a-la-perdida-de-la-familia-tradicional.aspx

Imagen:
Conferencia Episcopal Española.


A mis amigos de Ensuciando la Red les deseo unas Felices Fiestas y que los deseos, proyectos, ideas y esperanzas para el nuevo año -seguramente tan inmensos como este mar-, comencemos a hacerlos realidad.

Que esta Navidad nos recuerde que tenemos que (podemos) ser mejores pues, así, viviremos con más sentido no solo estas fechas sino todos los días del nuevo año.

Que la Navidad no es tiempo de gastar, ni de comer. La Navidad nace cada día cuando llega una patera, cuando nace un niño, cuando sonríe una mujer liberada de la opresión de su maltratador o cuando alguien consigue un preciado trabajo.

Y que la nueva década que empezaremos dentro de una semana sea, de verdad, una auténtica década prodigiosa para todos nosotros.

Y muchas gracias por este 2010 de inmejorable compañía.

Haces magia, pues consigues cosas inimaginables.

Me acompañas a la biblioteca. Te digo que no me importa pero que esos sitios son aburridos para personas no habituadas a ellos e, incluso, para los que sí vivimos en ellas.

Te empeñas en venir y yo tan encantado. Encantado porque no solo me acompañas y me lo haces pasar bien allí sino que, además, empiezo buscando información para el artículo que tengo que acabar antes de final de año y haces que me acabe dedicando contigo a la antropología, a la geografía y a la mecánica de fluidos.

Materias que nunca antes me habían interesado tanto. Porque ninguna era como tú eres y ninguna lo hace como tú lo haces. Porque tu cuerpo es especial. Porque los valles, los meandros, las cavidades y las elevaciones de tu cuerpo me encantan. Porque mis días empiezan en tí y mis pensamientos andan anclados en tus labios, en tus pechos y en algún otro lugar. Y porque me muero cada vez que repasamos la mecánica de nuestros fluidos y los principios -y finales- de la física y la química.

Hazlo otra vez. Como tú solo sabes. Parándome el tiempo. No me cierres las puertas. Déjame prendido a tí y que tu corazón me mantenga vivo. Vuelve a hacer magia.



Haz un milagro otra vez. No me los dejes de hacer.

Es inevitable, o eso parece, hacer balances cuando se acaba el año y, sobre todo, mirar al año que poco a poco tenemos más cerca con nuevos propósitos y energías renovadas. Es, si cabe, lo mejor que tiene la Navidad, cuya vertiente sentimental y aquello de acordarse de todos los que no están, no soporto desde hace un tiempo.

Como ya dije y tuvieron ocasión de leer, mi 2010 fue un año redondo, perfecto y que tenía pinta de terminar igual que empezó: lleno de nuevos proyectos, rodeado de buena gente y viviendo al día.

El caso es que pienso en lo que será el 2011, en lo que quiero hacer, en nuevas cosas que podría intentar, en nuevos mundos que explorar y en cosas que seguramente me ocurrirán de forma inesperada y veo que todo es -o debería ser- mucho más simple. Que no vale de nada prepararse o idear mil cosas por hacer y planes por cumplir, si no asumimos ciertos simples servicios que deberíamos hacer, si descuidamos a los amigos, si nos creemos superiores cuando no somos nadie o si vamos sembrando discordia por ahí. Es lo que nos viene a decir Gloria Fuertes en un poema que me encontré el otro día y que me gustaría tener presente a lo largo de 2011.

¿SERVISTE HOY?

Donde haya un árbol que plantar,
plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar,
enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquiven,
acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y justo
pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo si todo en él
estuviera hecho.
Si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.
No caigas en el error
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos.

Hay pequeños servicios
que nos hacen grandes:
poner una mesa,
ordenar unos libros,
peinar a una niña.

El servir no es una faena de seres inferiores.
Dios, que es fruto de la luz, sirve.
Y te pregunta cada día: ¿serviste hoy?

Gloria Fuertes


Creo que es un buen propósito, posiblemente el mejor, el de empezar el año con la inmensa "directriz" de servir y darse, de paso, una tan saludable lección de humildad. Esto tiene pinta de funcionar.

No quiero noches oscuras, ni noches de luz de Luna. No quiero noches de bohemia, ni noches en vela. No quiero noches blancas, ni noches de mar y arena. No quiero noches cálidas, ni noches frías, ni noches de niebla espesa. No me apetecen las noches bajo la luz de la Luna y las noches claras que me dejan admirar los luceros. No quiero noches de tinieblas, ni noches de tormentas, ni noches largas de invierno.

También huyo de las noches interminables y de las noches de dulces sueños, de las noches pasadas en la calle y de aquellas otras que transcurren a cobijo de la intemperie. No me interesa vivir a solas las noches cortas y cálidas del verano.

Tampoco quiero noches de Halloween, ni Nochesbuenas, ni Nochesviejas, ni noches de Vigilia, ni las noches propicias para observar fenómenos celestes.



Lo único que quiero es una noche eterna contigo en el cielo de tu boca, orbitando tu cuerpo, volviendo a ser tu satélite, eclipsándome en la atmósfera de mi cama. Una noche para no dormir nada. Noches de esas que tú me regalas azules y plenilunadas, perfectas. Regálame más de esas noches para dormir al día siguiente.

Apenas quedan doce días para que comience oficialmente la Navidad aunque, entre tanto, decoramos casas, terrazas y puertas con nacimientos, belenes, guirnaldas y luces de colores algunos con más acierto o sentido de lo hortera que otros.

El caso es que inevitablemente surgen los balances, las reflexiones sobre lo que fue el año que está a punto de irse y lo que dio de sí.

El día de ayer, sin ir más lejos, fue una pequeña metáfora de lo que ha sido para mi este 2010. Un año que podría calificar de estupendo, magnífico. Con todas sus letras. Ayer pasé el día fuera de casa, con una amiga deliciosa con la que di buena cuenta de algunas rosquillas muy ricas -pero inevitablemente menos deliciosas que mi acompañante- que comimos por ahí. Y, para terminarlo de rematar, al terminar la noche me sentí como en una nube. No metafóricamente sino literalmente porque una niebla más o menos espesa nos fue engullendo poco a poco, nos fue haciendo invisibles en la inmensidad de una ciudad que apenas dejaba entrever sus perfiles, sus edificios, sus luces, sus coches y sus calles por efecto de dicho fenómeno atmosférico.

Un año inmejorable. Y unos días estos en los que, como síntoma de que ha sido un año de soltar lastres, deshacer amarras y surcar personas y experiencias verdaderas, solo me viene a la cabeza la letra de una canción -un himno, podríamos decir- de Elton John. Solo, como digo, me entran ganas de gritar sus estrofas a toda la gente buena, auténtica y deliciosa, que me ha acompañado o que he descubierto personalmente a lo largo de este año, que me ha escuchado y que, en algún momento de estos 365 días, lo ha dado todo por mí.

Yo, que no me considero nada del otro mundo pero que tampoco dejo de valorarme -hay que empezar por uno mismo para seguir con los demás-, me he sentido honrado y desde luego mejorado con tantas tardes, mañanas y noches que pasé en 2010 como la de ayer. Para no tener dinero con el que comprar voluntades, ni riquezas, ni personas; para no ser mago ni poder fabricar pociones secretas con las que encandilar a la gente con mi presencia; para no ser tampoco constructor o arquitecto para levantar una enorme casa en la que poder meter a todos mis amigos y agasajarles con lo mejor de mí; para no tener armas con las que doblegar a la gente a mi voluntad; para ser, pues, un simple hombre que solo puede hacer pequeños servicios para grandes amig@s agradecido a ellos porque son quienes mantienen encendido el sol para mí todos los días y quienes me hacen ver el mar reflejado en el fondo de sus ojos, me ha ido estupendamente en este año.

Esta es, pues, mi canción del 2010. Dedicada al 2010 y a las deliciosas compañías, a la gente dulce, a los oídos que me escucharon, a las bocas que me aconsejaron, a los pasos que me guiaron y a las manos que se me ofrecieron para no hacer solo este camino ¡tan largo! de 365 días. Aquell@s cuyo corazón latió acompasado con el mío en tanto momentos y cuyas melodías, tan diferentes a la mía, sonaban en perfecta armonía cuando las reproducíamos al mismo tiempo cuando estábamos juntos. Yo hice lo que pude. Escucharles, aconsejarles, acompañarles y guiarles pero, bien es verdad, lo que yo he obtenido este 2010 es impagable.

A todas ellas solo les puedo decir, si Sir Elton John me lo permite y dado que yo me expreso mejor con canciones simples pero llenas de letra y significado, que "espero que no te [os] moleste que ponga en palabras, qué maravillosa es la vida mientras estás [estáis] en el mundo".



Gracias por este delicioso y sabroso 2010.

Es una suerte, créanme, vivir cerca del campo, de un Parque Natural, de un río o algún lugar por el estilo y hacer una escapadita de vez en cuando en plan pic-nic.

Ponerse en contacto con la naturaleza, los arbolitos, el bosque, el agua del río bajando fresca, el olor a tomillo y romero y las barquitas amarradas a un pequeño muelle de tablas de madera. Unas fotos estupendas porque, además, el día nos acompañó y salió el sol. Y como yo digo, si no sale el sol, se pinta y se acabó. Como les digo, no hace mucho tiempo que unos amigos y yo allá nos fuimos, al campo. Disfrutamos como niños. Pertrechados con nuestras mochilas, sin coches, algunos con bicicletas, pero todos sin agobios y sin sentir la presión de las obligaciones diarias. Que para eso se va a estos sitios, a mandarlo todo a freír espárragos. Cargados solo con la mejor de nuestras sonrisas, llenos de energía, unas tortillas y unos filetes -que a nosotros no nos gusta comer mierda y luego tener que vomitarla a modo de lavativa- y algunos juegos. Hasta madrugamos para empezar el día.

Un día delicioso. Sin calor. Cigüeñas sobrevolándonos y nosotros admirando su vuelo. ¡En noviembre y con cigüeñas! De repente, vemos una bandada de patos que aterrizaron en el río, casi en el centro de una laguna grande. Y, poco después, un grupo de pajarracos negros, más feos que el demonio, saliendo de sus escondites arbóreos. Estaban oteando, vigilándonos, curioseando pero sin decir nada. De hecho, yo no me di cuenta de que estaban ahí porque pasaban desapercibidos. Quizá de allí procedían algunos terribles graznidos de vez en cuando pero, como les dije a mis acompañantes, eso no afea para nada el paisaje general. Todo verde y, al fondo, un montículo del Cretácico. Que me lo dijo un día un profesor de Geología. Eso sí, el árbol estaba perdidito de sus cagadas. Me sorprendió que haya animales como estos, que no cuidan ni su nido, ni están atentos a no ensuciarle la casa al vecino. Allí todos se cagan unos encima de otros y Santas Pascuas, menuda marranada. Viven entre detritus, qué espanto.

Lo que más me gustó fue cuando vimos que los patos empezaban a alejarse, algo pasaba por debajo de ellos, en el agua. Algo que parecía una nube gris se vislumbraba difícilmente a través del agua. Nos acercamos. En efecto, hipótesis confirmada. Se trataba de un grupo de japutas y sus hijitos. O por lo menos, aquí las llaman así. En mi tierra a esos peces los llaman de otra manera pero me gusta más el nombre indígena. Japutas. Las hay en pescaderías, créanme que existen. Hechas con picadillo están riquísimas. El caso es que los peces estos tampoco llevaban orden, nadaban sin control, chapoteaban sin parar y se molestaban los unos a los otros. Y al igual que salieron a superficie, volvieron al fondo y nunca más se supo de ellos. ¡Qué capacidad de respirar bajo el agua!

Fue lo que más me llamó la atención, el comportamiento de especies tan diferentes. Y como se pueden imaginar, mil fotos que hicimos. Admito que no soy muy forofo del campo pero éste fue un día maravilloso. Además, me harté a arrancar ramas de romero, que me encanta, para ponerlas en tarros por toda mi casa y hacer que todo huela a limpio siempre. También cogí un poco de lavanda para los cuartos de baño y albahaca para la cocina. Porque no hay nada mejor que rodearse de buenos olores, que dicen que traen buenas vibraciones.

Apenas yo sabía nada de la vida cuando, de repente, aprendí a besar.

Aun recuerdo las oscuridades de aquel portal, ese callejón donde nos refugiábamos para tener más intimidad y aquella playa del primer y único verano que pasamos juntos donde transcurrieron noches enteras mágicas sin otra cosa que hacer más que saborearnos tirados en la arena. Todos esos besos eran o parecían eternos. Y las humedades que provocaban, hasta que no les dimos rienda suelta una de las últimas noches de sin razón y de locura que pasamos, resultaban desesperantes.

Pero supongo que con aquella edad todo se termina. Imposible planificar con vistas al futuro. Imposible pensar en futuro. Todo es presente. Demasiado jóvenes, demasiado ardorosos, demasiado desenfreno como para pensar en otras cosas. Si cabe, era un placer que sabíamos que nos iba a hacer daño aunque, cuando le dábamos rienda suelta, yo solo oía músicas celestiales, las campanas del Paraíso, las trompetas del Apocalipsis, todos los boleros que ya entonces me gustaban y hasta el Himno Nacional y las Habaneras de Torrevieja, escenario donde transcurrió todo.



Cuando todo terminó, ya solo quedaron las sombras. Las sombras del dolor. Las sombras de lo que fuimos aunque apenas fuimos nada. Incongruencias de la vida. Un dolor a solas. Unas sombras que envolvían, un dolor que provocaba el recuerdo de aquellas olas azules, de ese cielo oscuro, de esas estrellas que nos vigilaban, de la penunbra de la habitación, de las tibias noches de caricias, de besos, de cuerpos desnudos y de olor a rosas que pasamos. Y yo, envuelto en sombras, buscándote por todas partes.

-¿Te arrepientes, pues, de algo de lo que has hecho o sido en el pasado?, le pregunto a mi amigo.

Él rápidamente y sin dudarlo un segundo contesta que no, que ni hablar, que no se arrepiente de nada. Ni de lo que fue o es ahora mismo, ni de lo que estudió, ni de su dedicación laboral actual, ni de su carácter o forma de ser, ni de la fama que se ganó entre los vecinos y ex-compañeros de clase en los injustos e ingratos tiempos del instituto, ni de sus actos personales o públicos, ni de las decisiones que tomó, ni de haber intentado dedicarse a partes iguales a la familia y a los amigos. Ni de haber buscado su felicidad en todo ello.

Me dice, es más, que si tuviera una segunda oportunidad volvería a repetirlo todo tal y como lo ha hecho. Aparenta, así pues, haber desarrollado una vida plena, realizada, vivida en el presente como si no hubiese un mañana. Como hay que vivir las cosas, por otro lado, le digo. Solo me reconoce que a todo ello le añadiría algo, una sola cosa, un ligero matiz. Algo que su vida no ha tenido y que, al compararse con los demás, echa en falta e, incluso, envidia cada vez con más fuerza.

Se refiere a la pasión, al deseo, al placer, a dar rienda suelta al goce y al disfrute sexual propio de todo joven en edad de merecer. El placer por el placer, sin ataduras, sin compromisos. Instintos que ha tenido como apagados hasta ahora, si se me permite decir así, debido a su forma de ser y a que siempre tuvo pocos amigos con los que experimentar e iniciarse en esto y en aquello. Los años del instituto fueron duros, los clichés pesan y hasta él mismo no confía en que alguien se le pueda arrimar y hacerle disfrutar.

Me lo dice después de haber pasado la noche de ayer con los amigos jugando al ¿famoso? juego de "¿alguna vez habéis hecho...?" que tan fácil se presta a preguntas de alto voltaje -ya saben ustedes, la dichosa edad-. Él no lo pasó muy bien porque mientras todos contaban sus peripecias con las chicas, sus tríos, sus dúos y sus solitarios, sus fantasías eróticas hetero y homosexuales cumplidas o por cumplir, cómo lo hacen, dónde y cada cuánto, qué les gusta hacer y que le hagan, cuánto tiempo dedican a cada postura, si les gusta el sexo oral o si lo consideran prescindible, etc., él no tuvo nada que decir, ni sabía qué preguntar y todos los miraban como si de un marciano se tratase.

Su sensación, un día después, es que, camino de los treinta años, ha perdido un tiempo precioso para descubrir todas aquellas cosas, para vivirlas, para experimentarlas y para poder participar en estas conversaciones. Le falta haber vivido esto. Y cuanto más mayor, la cosa cambia, se pone más complicada o menos accesible. Intuye que ya es un poco tarde, que cada cosa tiene una edad y que si éstas no las ha hecho a la edad que correspondía tiene ya muy pocas papeletas para vivirlas, para reengancharse al tren de la carne y del placer, para sentir lo mismo que los de su edad y no parecer un bicho extraplanetario.

Y el caso es que yo no sé muy bien qué decirle. Solo sé que no es tan fácil, ni es cuestión de dicho y hecho.

Hoy les voy a hablar de ella porque no tengo la más mínima gana de referirme al conflicto de los controladores. Solo decir que si de verdad se han puesto malos, que les den jarabe de palo y ya verían ustedes cómo se les quitaban todos los males, toda la malura como dicen en mi tierra.

Pues sí, hoy me acordé de ella. Y el caso es que cada día me acuerdo más. Fue la primera chica en que me fijé o, más bien, en la que me hicieron fijar. Ya saben, los años del Instituto. Llegó de Barcelona a mitad del curso y, desde el primer día de clase, se sentó a mi lado. Desde allí yo podía admirar ese cuerpo casi perfecto y muy voluptuoso para la edad que entonces teníamos, todo un cuerpo de mujer. Se me iba la mirada, ya estuviese ella de frente, de lado, de espaldas o del revés. Ya saben, la adolescencia.

El caso es que, desde ese primer día, nos caímos en gracia. Eso significó multitud de trabajos hechos en común. Trabajos de clase, entiendan ustedes. De los que se entregan a los profesores, no de los que se hacen en la intimidad de la habitación. Que yo por entonces no estaba a esas cosas. Nos esperábamos a la salida y a la entrada, hablábamos de lo divino y lo humano, teníamos una gran capacidad de reírnos de nosotros mismos y de todo lo que nos rodeaba y eso me fascinaba. Encontrar a alguien parecido a mí en un cuerpo de mujer tan espléndido. Pese a eso, no nos tocamos un pelo y nunca nos dijimos nada de lo que podíamos sentir aunque era más que evidente que siempre hubo "algo". No se sabía muy bien qué, si una gran amistad, si cariño de amigos, simple atracción física y sexual o sentimientos profundos, pero algo había.

Ella suspendió un curso y eso, no se vayan a creer, me costó un trauma. Ya no iba a estar tan acompañado en clase y disfrutando tanto de madrugar como en cursos anteriores. Aun así, nos seguíamos esperando y viendo cuando podíamos. Y seguíamos sin hacer nada. Vamos, que me iba a venir ahora el tío Paco con las rebajas..., más tonto y me ponen de "caso de estudio" en el Manual Práctico de la Gilipollez que se estudia en la carrera de Psicología.

Luego, al pasar yo a la Universidad, dejamos el contacto y hasta varios años después no nos encontramos por Madrid. Fue entonces cuando aprovechamos para darnos el correo electrónico y el número de teléfono porque no queríamos que volviese a pasar tanto tiempo sin saber de nosotros. Yo la vi muy cambiada y con un look muy leopardesco que en nada me gustó y unas gafas de Gina Lollobrigida que portaba la muchacha en plena noche que aquello parecía un búho. A partir de ese momento, hablábamos casi todos los días por messenger, nos fuimos poniendo al día y llegamos a quedar un día pero ella, al final, no pudo a última hora.

Así hasta que, un buen día, comenzó a afearme por messenger una entrada que yo escribí hace mil años en otro blog. Iba sobre los defectos y las costumbres de los naturales del sitio donde vivo. Yo me lo pasé pipa escribiéndolo pero ella me llamó la atención porque la buena de ella, cosa que no sabía, no era natural del lugar pero sí su familia y, por lo que se vio, eran todos muy patriotas. Pero una cosa es que te llamen la atención con respeto y educación y otra muy distinta es que, cuando le dices que lo sientes pero que no piensas borrar la entrada, te empiecen a tocar las narices por messenger, por teléfono o por tam tam. Yo no tuve más remedio que apelar a mis consejeros delegados, ya saben ustedes, los que llevo ahí colgados, y la mandé a tomar por donde amargan los pepinos literalmente. Yo por ahí, aunque se sea portadora de unas glándulas mamarias como dos plazas de toros, no paso.

El caso es que nunca jamás se supo. Porque eso es lo que hay que hacer con la gente que se pone tonta, que te pisotea o torea, que te agrede o insulta o que lo hace a tus amigos y que le gusta comer mierda pensando que están degustando un manjar de tres tenedores. Y que sigan con su tarea, que gracias a Dios nadie es imprescindible en nuestras vidas.



Pero, aun así, no sé por qué, me acuerdo de ella. Quizá porque había sentimientos y me dejó malherido. Malherido, como versó García Lorca, de amor huido. Un amor que nunca fue y que, encima, se fue para siempre.

Ya estamos como de costumbre, quiero escribir pero no sé sobre qué, ni me salen las ideas.

Por un lado, pienso que el que no se adapta es porque no quiere. ¿Que me recortan el sueldo? Pues tengo ante mí una ocasión perfecta para ahorrar, para no gastar un duro en cosas accesorias, para no irme de cenas ni de copas, para no usar el coche y para no soltar un duro ni de coña. Claro que eso cambiará algunas cosas. Yo acostumbro a salir con mis amigos los viernes o sábados por la noche. Por lo menos a cenar. Luego, hay semanas que a eso se le añade ver un monólogo, jugar a algo, ir a algún local a tomar algo y salir con esa asquerosa zorrera a tabaco que no soporto pero que se mete hasta los intestinos. Siempre gastando dinero, claro. Si decido no gastar dinero, no es plan de ir a los sitios a ver cómo come la gente y cómo beben mientras yo estoy en un plan tan autárquico que me voy a reír yo de José Antonio Suanzes, que en paz descanse. Aun no se lo he dicho a mis amigos, mañana tendré la oportunidad de hacerlo y veremos a ver cómo se lo toman. Para este sábado que viene ya me comprometí a quedar con algunos. Así que iré para despedirme e inaugurar mi nueva etapa de vida asceta aunque, no sé si lo dije en alguna entrada anterior, tengo muchas ganas de darle algún cambio a mi vida. Me temo que va a tener que esperar porque este mundo no se ha inventado para poder hacer cambios que no cuesten dinero. Me jodo y me aguanto, regla universal que llevo aplicando ni se sabe el tiempo. Por un poco más, no creo que vaya a pasarme nada.

Todos duermen. Me encanta este momento del día, es más feliz si cabe para mí. Yo en silencio en medio de la noche. Me voy al salón, miro por el ventanal y veo que está lloviendo o chispeando o puede que nevando sin cuajar como esta mañana cuando volvía del banco. Siempre, de hecho, me quedo despierto hasta que todos se acuestan y apagan la televisión, la música, la radio, etc. Qué casa más ruidosa y qué paz se respira ahora. Yo solo, en silencio. Miro por la ventana, no veo a nadie por la calle ni lo quiero ver. Si acaso algún novio que se va a su casa o dos amantes que se despiden en el portal de él o de ella con un beso que nunca termina. Lo importante es que en esta horita me encuentro con mi yo, me hablo a mí mismo y escucho también a quien me protege desde no sé muy bien dónde. Nos damos el parte del día, escucho lo que me tenga que decir y nos despedimos hasta el día siguiente, que los dos tenemos que descansar. Yo después de un día duro de estudiar y ella por su no menos duro día de haber estado pendiente de que yo no resbalase aquí, no cayese allá o no me diese una torta contra aquel muro y de ayudarme a encontrar una solución al recorte salarial, a verlo todo de otra manera como ella solía hacer.

Y, de regalo, una canción que es, si cabe, una metáfora de lo que es esta entrada: un revoltijo. La canción habla de muchas cosas, lo mismo de sentimientos de amor, de dejar de fumar o de pintar las paredes de la casa. Pero con una constante. Que los que la cantan están enamorados y, como tales, desarrollan su vida, fuman, van al trabajo, piensan en pintar la casa o en las cosas más triviales sin dejar de pensar en ellos. Sin dejar de hacer otra cosa que pensar en ellos. Porque, me temo, yo tampoco hago otra cosa.


Hoy no estoy para coñas. Así de claro. Me han recortado el sueldo. Y no solo eso. Encima esta gente se quiere cobrar el año entero 2010 de recortes. O sea, aparte del 5 % que me quitan del sueldo de todos los meses, tengo que dejar de ganar varios cientos de euros en la paga extra de Navidad en concepto de los meses que van desde el 1 de enero hasta el día en que se aprobó y entró en vigor la reducción salarial del funcionariado y personal contratado de la Administración -que no recuerdo cuál fue, pero será fácil encontrarlo con una simple búsqueda en Google-. Porque, por si ustedes no lo sabían, esa orden tiene carácter retroactivo. No se cuenta desde el día en que fue aprobada sino desde el 1 de enero del año en curso. Y luego me vienen con el cuento de que no es ilegal.

No voy a relatar las horas que me paso trabajando, ni quiero dar la sensación de que nadie en España trabaja más que yo. Tampoco voy a reflexionar sobre lo injusto que es que yo, ciudadano de a pie y simple trabajador, tenga que pagar los platos rotos o la vajilla entera de una crisis que ninguno de nosotros ha provocado. Pregúntenle a los bancos y a sus ansias de dinero fácil. No es necesario, porque todos lo pensamos y no voy a marearles a ustedes con el mismo rollo que ya habrán leído en cincuenta mil blogs y trescientos periódicos.

Tampoco me vengan ustedes, se lo pido por favor, con el "no te quejes, que por lo menos tienes trabajo". O sea, no participo de la filosofía del trabajo y de la lucha obrera -¡tan revolucionaria y ambiciosa!, sin duda- que anda instaurándose entre los españoles desde que la crisis comenzó. Dicha filosofía consiste en alegrarse por tener un trabajo, aunque éste sea una mierda o te quiten la mitad del sueldo. Por lo menos, tienes trabajo. No te quejes, no reivindiques, no pienses, no abras el pico, confórmate con lo que sea..., no vaya a ser que te veas en la calle por obra y gracia de la crisis y, entonces, te acuerdes de que antes tenías trabajo y, aunque una mierda, pero por lo menos ganabas algo.

Simplemente quería mandarles, no a ustedes mis queridos lectores, sino a los miembros del Gobierno, a los de los sindicatos que tanto gustan de imitar lo que han hecho sus compañeros franceses, a los diputados y políticos en general, a la puñetera mierda. Estoy ya hasta la huevada.

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